Introducción1

El problema que abordaré demanda la aclaración inicial de algunos supuestos críticos desde los cuales parto: hay una realidad social cuya existencia independe de que sea pensada, imaginada o evaluada, su conocimiento empírico es posible e importante y en la investigación científica siempre tratamos de superar, de la manera que consideramos mejor entre las posibles, la complicada relación referencial de los conceptos con lo observable. Muchos autores en la actualidad hacen aclaraciones de este tenor antes de explayarse sobre cuestiones metodológicas y supongo que es así, como es mi caso, porque este posicionamiento intenta dejar en suspenso, sin considerarlas irrelevantes, discusiones epistemológicas que pueden ser retomadas en contextos a ellas asignados. Si acordamos en la estrategia que propongo, aún cuando no lo hagamos en los supuestos, podemos avanzar sin someternos una vez más –o, por esta vez- a la discusión de fundamentos.

Hay una asunción canónica en la metodología de la investigación en ciencias sociales acerca de la necesidad de delimitar con precisión las unidades de observación. El requerimiento se sustenta en diversas cuestiones entre las cuales tres me parecen relevantes: debe existir correspondencia entre las unidades de referencia implicadas en nuestros constructos teóricos y el campo observacional que será objeto de interés una vez que estemos en el terreno (en otras palabras: debemos delimitar como observable aquello a lo cual intentamos aludir con nuestros conceptos); es necesario circunscribir los límites del espacio dentro del cual se tratan de controlar o integrar – según la estrategia metodológica que sigamos- los factores y propiedades relevantes del problema y, por último, debe ser posible la reproducción de la unidad para la comparación, tanto para ser retomada en sucesivas etapas como para facilitar la replicación del estudio.

El requerimiento de delimitar el campo observacional no impide que en el desarrollo de nuestro trabajo podamos variarlo. En el transcurso de la investigación nuestro foco de observación puede ampliarse o restringirse pero eso ocurrirá si nuestros conceptos reducen o aumentan su nivel de abstracción. Como en la mayoría de las demandas que orientan el buen proceder metodológico, el problema no reside en cambiar de estrategia sino en hacerlo sin el debido control lógico-teórico.

Después de tratar de fundamentar la necesidad de mantener este criterio de especificación observacional expondré las dificultades que se originan cuando ello no ocurre. En la última parte, plantearé las limitaciones que exhiben los resultados de las investigaciones referidas a problemas de los campos de la comunicación y la cultura, en la medida que generalmente delimitan como unidad a individuos y como técnica a versiones de la entrevista cuando las teorías que iluminan ambos campos de problemas se organizan conceptualmente sobre la interacción, el intercambio y otros procesos sociales que se dan en el tiempo.

El problema

Tengo la impresión que tanto en nuestras clases de metodología como en los manuales corrientes de la disciplina prestamos suficiente atención a las construcción del problema de investigación, a la relevancia de la conceptualización de sus términos centrales y al modo según la cual esa forma de construir nuestros conceptos expresa nuestra posición teórica, pero no ocurre lo mismo con la enseñanza de los recaudos que debiéramos tomar para que esa mirada se traduzca adecuadamente en la delimitación de nuestro campo observacional.

Aldrige y Levine sostienen :

“Una cuestión a menudo soslayada en los textos metodológicos, a la que siempre debe prestarse atención, especialmente en lo que se refiere a la encuesta descriptiva, es la de la definición de la población de interés. Si un proyecto de investigación empieza con el contraste de una hipótesis teórica o incluso, más modestamente con la aplicación y exploración de conceptos teóricos, entonces es necesario tomar en consideración qué clases y poblaciones de interés son relevantes para esas hipótesis o conceptos concretos. Para asegurar la adecuada exploración de una teoría, la población de interés empírico seleccionada por el investigador debe estar incluida en la población teórica, el dominio normalmente infinito de poblaciones empíricas a la que se aplica cualquier teoría general. Esta es una consideración esencialmente conceptual de la que hay que ocuparse en la etapa del diseño de la investigación.” (2003:89)

Por su parte, en un interesante capítulo sobre la construcción de conceptos científicos Borsotti reafirma la relación que existe entre los procesos de la construcción teórica y el de su vinculación con lo que se observa diciendo que “si bien pueden distinguirse analíticamente, epistemológicamente están intrínsecamente vinculados, ya que los observables (indicadores) deben reemplazar válidamente a los no observables (conceptos)” (2007:83) y finaliza esta argumentación como sigue: “La forma en la que se construyen conceptos están relacionadas con la ontología y con la teoría del conocimiento de las cuales se parte” (2007:90).

Puede ocurrir que la necesidad de vincular lo observable con lo no observable se delegue sólo en la operacionalización, por su objetivo de delimitar una relación clara y especifica entre conceptos y campo empírico de interés, y se considere que no es una exigencia razonable para otros modos de trabajar con los conceptos en la investigación social. No obstante, en la investigación empírica, es decir cuando sostenemos nuestras argumentaciones con observaciones realizadas en el campo, siempre comprometemos la pertinencia ontológica de la posición teórica que ponemos en juego y que demandamos se nos reconozca. Si es verdad que la forma de conceptualizar nos posiciona teóricamente, ese compromiso queda anulado si cuando circunscribimos nuestro campo de observación lo hacemos sin tener en cuenta la ontología que el mismo implica. Para decirlo simplemente: la vinculación consistente entre lo conceptual y lo observable es un requisito de cualquier investigación empírica.

Concordamos con Borsotti cuando sostiene que “en las ciencias sociales empíricas, todos los conceptos tienen una relación problemática con la empiria” (2007:87). Es esto lo que nos ha llevado repetidamente a evaluar críticamente algunos modos poco problematizados de operacionalizar sin justificar, alertar o discutir la reducción que esta estrategia conlleva. Pero este razonamiento no debería orientarnos a reemplazar la operacionalización por un modo de usar los conceptos libremente, es decir despreocupándonos de la dimensión referencial necesariamente implicada por ellos, o espontáneamente -podríamos decir- dejando librado a la imaginación creadora de los colegas y el público el modo de identificar la realidad social a la que aludimos.

Decir con respecto a cuáles situaciones, hechos, circunstancias o interacciones estamos precisamente hablando es especialmente relevante en la investigación cualitativa. En particular, porque en esta orientación metodológica el muestreo o los casos a seleccionar se rigen por el principio de relevancia teórica (Strauss y Corbin, 2002). En consecuencia, después de decidir el problema y ante cada nuevo caso a incluir en nuestras observaciones, en las interpretaciones que hacemos de ellos debemos identificar “contextos, casos y fechas”, evaluando la pertinencia de la variación y la tipicidad de cada referencia que realicemos a lo observado (Valles, 1997).

Encontramos dos problemas recurrentes en el modo de vincular los conceptos con la empiria:

  1. demarcar una unidad, un caso o un campo observacional no consistente con los conceptos teóricos comprometidos en la construcción de nuestro problema de investigación y
  2. no especificar, o hacerlo escasamente, las vinculaciones entre nuestros resultados y las afirmaciones que de ellos derivamos con los alcances del campo observacional referido, sus condiciones y sus posibles cambios y transformaciones.

Dado que es un requisito generalmente asumido que en nuestros proyectos de investigación debemos explicitar adecuadamente la muestra, los casos o el corpus donde realizaremos nuestras observaciones, puede ocurrir que no sea en esta instancia donde ocurra el problema sino cuando se presentan resultados de investigaciones en informes, ponencias y artículos. Es decir, cuando damos cuenta de nuestros hallazgos e interpretaciones; justamente, en la instancia en la cual aquella información que relevamos en el campo muestra los alcances y límites de nuestras sospechas o conclusiones. En estos casos, aún cuando hayamos trabajado en el campo según las conceptualizaciones que orientaron el proyecto, invalidamos nuestro propio trabajo en la construcción del informe.

Hay disciplinas bastante convencionalizadas con respecto a los vínculos de sus conceptos centrales y el modo de abordarlos en el trabajo de campo. A veces excesivamente, cuando, por ejemplo, para la mayoría de los conceptos sobre los cuales se investiga empíricamente existen escalas de medición standarizadas que se siguen rutinariamente. No me parece el estado óptimo del problema. Considero que el investigador debe mantener espacios de libertad para poder actuar creativamente; los conceptos deberían tener un grado de maleabilidad suficiente como para permitir el crecimiento y el desarrollo de las teorías, especialmente aquellas que están en ciernes. Pero aquí, obviamente, me estoy refiriendo al problema opuesto: a la ambigüedad, la vaguedad o la nula vinculación que algunos conceptos que se trabajan en la investigación empírica tienen con la delimitación de lo observable en el trabajo de campo, específicamente en un amplio campo de producción académica que se ubica en los estudios de la comunicación y la cultura.

La comunicación y la cultura como objetos de estudio: una discusión conceptual siempre necesaria

Con el fin de no prolongar la presentación de la idea central que quiero desarrollar, afirmaré inicialmente y trataré de argumentar aunque sea sintéticamente, que la comunicación y la cultura son fenómenos de la vida social profundamente emparentados. Ambos fenómenos han sido y son muy discutidos desde diferentes perspectivas de análisis. Arriesgo a decir que la cultura sufre de sobre-conceptualización y la comunicación de sub-conceptualización. Es fácil imaginar, entonces, que la desbordante producción que ha habido en los últimos años sobre la cultura y lo cultural haya terminado absorbiendo y vampirizando a la ya de por sí escuálida teorización que el campo de la comunicación mostró, después de la caída del muro que la teoría de la información imponía a su desarrollo. A pesar de este escenario, algunas pistas podemos seguir para orientarnos hacia un modo de ver a la comunicación y a la cultura como dimensiones diferenciadas de la vida social.

Un autor que ha marcado todas las concepciones actuales de la cultura es Clifford Geertz. Generalmente se define como semiótica a la concepción que Geertz construye de la cultura, y esto ha llevado a quienes asimilan la comunicación a la semiótica a tomar como análogas a la comunicación, la semiótica y la cultura. Pero, para entender los alcances empíricos que el propio autor le otorga a su mirada debemos reconstruir su fundamentación.  Geertz parte diciendo que hay que abandonar el modo de ver la cultura a través de “complejos de esquemas concretos de conducta -costumbres, usanzas, tradiciones, conjuntos de hábitos- “ para comenzar a identificarla con “mecanismos de control –planes, recetas, fórmulas, reglas, instrucciones (lo que los ingenieros de computación llaman “programas” que gobiernan la conducta” (…) “que están fuera” de “la piel” y que el hombre necesita “para ordenar su conducta” (1995 : 51). Sigue diciendo que esta concepción de la cultura como “mecanismo de control” parte del supuesto de que “el pensamiento humano es fundamentalmente social y público, de que su lugar natural es el patio de la casa, la plaza del mercado y la plaza de la ciudad. El pensar no ocurre en la cabeza”. A continuación, afirma Geertz, evocando la circulación del sentido pero no el sentido que circula; es “un tráfico de lo que G.H. Mead y otros han llamado símbolos significantes –en su mayor parte palabras, pero también gestos ademanes, dibujos, sonidos musicales, artificios mecánicos, como relojes, u objetos naturales como joyas”. Y, se explaya en esta idea implicando aquello que en la comunicación identificamos como codificación/simbolización, de la siguiente manera: “cualquier cosa, en verdad, que esté desembarazada de su mera actualidad y sea usada para imponer significación a la experiencia” (1995: 52). Termina su argumento central diciendo que la conducta del hombre sería “ingobernable”, “un puro caos”, “virtualmente amorfa” (…) “si no estuviera dirigida por estructuras culturales –por sistemas organizados de símbolos significativos-“ (…). “La cultura, la totalidad acumulada de esos esquemas o estructuras, no es sólo un ornamento de la existencia humana, sino que es una condición esencial de ella.” (1995: 52) Entiendo que identificar a los sistemas de símbolos con un mecanismo de control pone el acento en lo medular de la cultura como proceso adherido a lo social. Por ello, la cultura integra las condiciones históricas y sus mecanismos se estructuran alrededor de sedimentos de poderes de diversa índole. Quiero decir con esto que estructura, control y poder son términos que diseminan entre sí, pero que desde el punto de vista geertzeano definen la estructuración simbólica de la cultura. En otras palabras, la cultura es comprensible a partir de sus componentes simbólicos, los cuales se tornan significativos por su estructuración, que, a su vez, siempre evoca poder el cual sólo se despliega en condiciones históricas precisas.

A mi entender, son estas implicancias conceptuales -fácilmente comprensibles desde la antropología- las que facilitan a Jhon B. Thompson intervenir -desde una mirada sociológica sobre la cultura- la concepción simbólica de Geertz sin producir un quiebre conceptual sino redundando sobre ella. Este autor dice re-enmarcar la definición de Geertz en “relación con contextos y procesos históricamente específicos y socialmente estructurados” que permiten la producción, transmisión y recepción de formas simbólicas (1990:135). Desde el punto de vista antropológico de la cultura no hay cultura y contextos históricos o sociales. Por definición, desde los estudios de la antropología estructural, en todas sus variantes, la cultura siempre es estructurada e integra en sí lo situacional o contextual. 2

Pero, el aporte más interesante de Thompson es cuando comienza a definir qué quiere decir estructurado. Para ello y a los fines de este trabajo quisiera detenerme en la discusión que plantea sobre aquello que precisamente es estructurado en la cultura desde una perspectiva simbólica. Dirá que hay dos instancias de estructuración: la de las formas simbólicas, por un lado, y la del sistema en el cual ellas se actualizan, por el otro.

Thompson propone estudiar este último a partir de la propuesta de Bourdieu (2000, 2007, 2005). En particular su perspectiva relacional y su análisis de los espacios de interacción, lo cuales pueden ser abordados sincrónicamente como un lugar de intersecciones y diacrónicamente como un conjunto de trayectorias donde se juegan reglas y con ellas el poder que, en un sentido weberiano, tanto inhibe como posibilita. Introduce, de esta manera, a un autor que desde la sociología ha pensado lo simbólico como eje de los procesos de estructuración social. Este intento de Thompson coloca algunas balizas orientadores para pensar lo cultural y lo comunicativo de manera articulada a lo social, visto como entramado de posiciones, relaciones e interacciones en el cual los intercambios simbólicos adquieren sentido.

En este marco, qué papel juega la comunicación? Retomaremos a un autor que, como ya expusimos en otros trabajos (Grillo, M. 2007, 2008), conceptualiza la comunicación con claridad y productividad para la investigación empírica: Andrew Tudor (1974). Tudor afirma que la comunicación es un proceso social en el que se puede observar una estructura microscópica, en la que incluye emisor y receptor y una macroscópica, integrada por la cultura y la estructura social. Esta estructura social exterior bien puede asimilarse a “la estructura del sistema más complejo”, a la que alude Thompson, en cuyo marco la estructuración de la interacción adquiere sentido y, en consecuencia, puede interpretarse desde la propuesta teórica de Bourdieu. Para delinear con propiedad la diferencia que hay entre la interacción, como condición sine qua non de la comunicación y la estructura como sistema de reglas que la organizan, por un lado, y la estructura del campo como sistema más amplio en el cual aquella interacción – en la que se integran sus componentes relacionales y referenciales- adquiere sentido, por el otro, es útil recurrir al Bourdieu de espacio social y campo simbólico. Específicamente, cuando dice que no debemos olvidarnos que “la verdad de la interacción no está nunca toda entera en la interacción tal como ella se ofrece a la observación” (2007:130). En palabras de Tudor, podríamos decir que hay una estructura social exterior a la situación de interacción observada que es un sistema más amplio que regula tanto sus posibilidades como sus limitaciones. Para este autor la comunicación es un proceso de interacción significativa que se da en una situación social “parcialmente dada”. Dicho de otra manera, pero en sus propias palabras, considera que “la comunicación es interacción y que la interacción está invariablemente incrustada en una situación social parcialmente objetivada” (1974 : 20). “Parcialmente dada”, “parcialmente objetivada”, dice Tudor cuando se refiere a la situación de interacción definiendo la comunicación, “no está toda entera”, dice Bourdieu cuando se refiere a la interacción en el espacio social. Una mirada de la comunicación que tienda al interaccionismo, dirá que la situación social está más en manos de la interacción que de la estructura social, una visión más estructuralista dirá que es esta última la que regula su estructuración.

Lo cierto es que más o menos determinada por la estructura social, la comunicación remite a los procesos de interacción en los cuales se produce, reproduce y transforma esa matriz simbólica que es la cultura 3. La dimensión social del proceso bien se puede comprender, si seguimos a Bourdieu, a partir de la observación y análisis de la estructuración del campo en el que el mismo ocurre y se desarrolla.

Pero, adonde realmente quiero llegar en este trabajo sobre las unidades de la investigación empírica en los estudios sociales es que comunicación, cultura y campo social son entonces dimensiones de análisis, estrategias analíticas a partir de las cuales podemos investigar fenómenos comunes a diversas disciplinas sociales; son construcciones teórico-metodológicas que definen ángulos desde cuyos vértices se posiciona la mirada. Si, como dice Geertz, la cultura es pública y se “observa en la plaza o el mercado”, nosotros decimos que cualquier fenómeno social se puede estudiar en estos u otros lugares, tanto desde lo social, lo comunicacional como lo cultural. Empíricamente estas dimensiones son observables en la interacción como estructura social elemental, aunque ella no sea una reducción de la estructuración del sistema más amplio en el marco del cual adquiere sentido sino sólo un espacio en el cual se exhiben pasos y estrategias de su constitución o reproducción cotidiana. La repetida inclinación a estudiar exclusivamente el discurso individual, y me refiero a aquellos trabajos que recurren única o primordialmente a entrevistas, parece problemático en los casos de la comunicación y la cultura porque implica una segunda reducción: de la interacción observable al individuo. Los procesos de interacción e intercambio que se pueden observar en innumerables situaciones tienen a su favor que son accesibles empíricamente y permiten reconstruir           más apropiadamente      formas, reglas y estilos que suelen ser determinantes para la interpretación de los componentes interactivos de la comunicación; por ejemplo, las relaciones que las enmarcan, entre ellas las del poder situacional y estructural de las posiciones que asumen los interactuantes en la producción del sentido.

Las dos caras del individuo: como informante de sí y del proceso del cual participa. Como este tema es seguidamente discutido lo expondré con algunas imágenes espaciales que tienen el poder de sintetizarlo. El individuo en sí puede significar “el todo” pero para “arriba” o “hacia delante” es empíricamente poco significativo si el problema que nos ocupa implica estructuras, relaciones o interacciones. Lo sabemos: cualquier todo no es igual a la suma de las partes. Por eso, aún cuando los individuos suelen percibir que participan con grados variados de autonomía, nos interesan instituciones, campos, espacios de interacción, ámbitos estructurados que se orientan en el tiempo pertinazmente. Dicho de otro modo: Weber ganó la discusión sobre el poder, en tanto imposición de la voluntad en una relación frente a toda resistencia, pero perdió cuando afirmó que sólo las personas individuales “pueden ser sujetos de una acción orientada por su sentido” (2002: 12). Mantengo la sospecha que deberíamos reflexionar más sobre lo que esta aparente contradicción significa para la teoría social con respecto a las discusiones sobre el poder de la agencia y las agencias del poder.

En los estudios de la comunicación masiva, cuando vemos a los integrantes del público de los medios “desde” los medios los identificamos desde afuera como recipientes, de la ideología, del sistema, de fuerzas sociales o culturales, en fin, sujetos pacientes de algo que los excede; cuando los vemos desde la recepción o el consumo los interpretamos desde adentro, desde ellos; vemos cómo producen, como modifican y resisten. Sin embargo, tanto la teoría de la aguja hipodérmica y la de usos y gratificaciones –enfoquen que sostendrían uno u otro de estos resultados- ya casi no se retoman en ningún trabajo y, si alguien lo hace, es fuertemente discutido. Algo está indicando está continua y prolongada duplicidad.

Como se ha dicho repetidamente, es verdad que durante mucho tiempo en las ciencias sociales estuvimos encerrados entre las explicaciones de los fenómenos sociales desde una mirada en la cual los hombres actuaban como ventrílocuos de un lenguaje, o títeres de un sistema social o de la historia o, en caso contrario, eran sus creadores libres y voluntarios. Sospecho que aún cuando teóricamente nos hemos liberado de esas oposiciones, todavía no lo hicimos totalmente en la investigación empírica cuando aplicamos nuestras técnicas de recolección de datos y cuando analizamos e interpretamos lo que hemos relevado. Creo que entre nuestra toma de posición teórica y el trabajo con nuestras técnicas de recolección y análisis se producen solapamientos y quiebres que irrumpen desde aquellas dicotomías y que nos cuesta desvendar. Entre estas dificultades encuentro la que tenemos para identificar con claridad el valor, mérito o eficacia, de la palabra del entrevistado como dato, hecho o información.

Una vez más, retomo la pregunta de siempre ¿son los individuos informantes eficaces para conocer la realidad social que nos interesa cuando lo que nos interesa son sus dimensiones comunicativas, las cuales son observables en el proceso interactivo entre emisores-receptores o productores-consumidores como unidad mínima donde circula socialmente el sentido, o la cultura, en tanto sentido producido y reproducido en esas interacciones?. Si decimos que sí¿con respecto a qué cuestiones la palabra del entrevistado es pertinente? Cuáles son los alcances y límites de su palabra como recurso para la interpretación?.

Una primera respuesta podría ser la que dio Bourdieu, para quien en el escrito en el que informamos sobre nuestras entrevistas debemos restituir al entrevistado “su razón de ser” permitiendo al lector “situarse en el espacio social” en el cual son tomadas las impresiones del entrevistado acerca de ese espacio, ese lugar en el cual “sus palabras devienen evidentes y necesarias”. (1993: 903-925) Este entrevistado representa un lugar en un espacio social estructurado y estructurante al cual debemos transformar en nuestra interpretación en un sujeto objetivado.

Otra respuesta es la que da la fenomenología cuando adopta una psicología de la intencionalidad o recupera la esencialidad de la experiencia vivida. En estos casos el entrevistado al describir su mundo describe un mundo posible de imaginar al investigador quien debiera ser capaz de evocar este mundo en sus lectores.

También, desde teorías que recuperan el legado de Witgenstein, puede ser un jugador que sigue las reglas de un juego al que nosotros como investigadores debemos recuperar escenificando su actuación para que el lector comprenda la obra o el juego o acceda a las reglas del juego a partir del relato de sus actuaciones.

Pero, ya sea el individuo un integrante de un espacio social, artífice de un mundo posible, jugador de un juego o actor de una obra de teatro en la interpretación el investigador debe reconstruir ese campo más amplio desde el cual hablamos con nuestros entrevistados para conocer más sobre la dimensión comunicativa o cultural desde la cual miramos ese fenómeno social que nos interesa. No puede ser ni un discurso individual que refracta-refleja o representa el fenómeno cultural o comunicativo, en la medida que si la interacción microscópica no es una reducción del sistema más amplio en la que adquiere sentido, el individuo tampoco lo es del espacio interactivo del cual participa. En otras palabras, su palabra es la de un interactuante en un espacio de relaciones, un usuario de reglas o un actor que ocupa papeles en escenarios sociales.

Desde otro punto de vista, no puede ser la expresión de las condiciones determinantes del espacio de interacción estudiado, porque si así lo fuera no tendría sentido indagarlo, ni la causa motora, sea meramente intencional o intencional-racional, de las reglas que regulan la vida social porque de ser así, la comunicación o la cultura no se ofrecerían al estudio en la interacción o el intercambio social.

Codificar- decodificar: el individuo como informante intencional de interacciones, reglas y relaciones en la comunicación

Cuando Jhon B. Thompson se pregunta acerca del alcance de la intencionalidad en la construcción de las formas simbólicas sostiene que lo único que podemos decir se reduce a “los términos de lo que el productor entiende o significa”. A esto le hace dos observaciones: la primera es que la constitución de objetos como formas simbólicas –que es su constitución como “fenómenos significativos”- presupone que ellos fueron producidos, construidos o empleados por un sujeto capaz de actuar intencionalmente;                     no es lo mismo decir, sin embargo, que este sujeto produjo este objeto intencionalmente, o que este objeto es lo que este sujeto entendió producir. Podemos decir simplemente que este objeto fue producido por un sujeto acerca de quien podemos decir que, ocasionalmente, dice hacerlo intencionalmente. La segunda observación es que el significado de las formas simbólicas o de los elementos constitutivos de las formas simbólicas, no es necesariamente idéntico a lo que los sujetos productores entendieron-significaron cuando produjeron la forma simbólica. Thompson nos recuerda que este problema está presente en la vida cotidiana cuando nos indignamos frente a alguna interpretación de algo que hemos expresado diciendo: “No se lo que usted entendió pero eso no es lo que yo dije”. Así, termina diciendo, “el significado de las formas simbólicas o de los elementos constitutivos de una forma simbólica es un fenómeno complejo que depende y es determinado por una variedad de factores. Aquello que un sujeto-productor entiende o significa al producir las formas simbólicas es ciertamente uno (o alguno) de esos factores y quizá, en alguna circunstancia, tenga una importancia crucial. Pero no es el único factor y sería bastante desorientador sugerir las intenciones del sujeto como productor, ellas podrían o deberían ser tomadas como un llamado de atención a la interpretación”. (1990: 139- 139) 4

Especialmente esto es así cuando los individuos refieren a reglas, convenciones, relaciones de variado tipo “que gobiernan la acción y la interacción entre individuos” y de acuerdo a las cuales generalmente se actúa por sentido práctico, integran el conocimiento tácito. El autor sugiere como prueba de ello el hecho de que algunas expresiones de emociones que salen de la norma son fuertemente sancionadas porque se supone que ésta debiera estar naturalizada. En este sentido, es oportuno recordar que para Goffman (1971,1981) la manipulación conciente de las normas referidas al control de las emociones que se han naturalizado son usadas justamente en el manejo de las impresiones por los participantes de la interacción interpersonal. Esta interpretación de Goffman tiende a identificar las reglas del juego de la interacción con el significado de la acción en la medida que el sujeto debe identificar regla y significado para retomarlos intencionalmente en la interacción.

Pero siguiendo con su razonamiento, Thompson insiste en una cuestión que puede ser crucial para ir desenredando el problema de la intencionalidad que, en última instancia, actúa como barómetro de la pertinencia del individuo como informante en los problemas de la interacción significativa. Considera que se debe diferenciar la decodificación de la codificación de las formas simbólicas. Por lo que hemos visto sobre la posición de Thompson con respecto a las reglas de la interacción, en general delegadas a la conciencia práctica, ello nos indicaría que los actores sociales están en condiciones de mayor autonomía cuando reflexionan sobre estas prácticas que cuando las realizan: entonces: ¿cómo podríamos abordar esta práctica de reflexionar sobre las propias prácticas que es el producto de una entrevista? A pesar de ello, no obstante, quizá sea necesario seguir profundizando en esta línea para encontrar una encuadre más productivo del entrevistado como integrante de un proceso comunicativo y a la entrevista como técnica de uso redituable por su aporte a la comprensión del problema que nos preocupa. Lo cierto es que acceder a la significación que los actores sociales otorgan a sus comportamientos implica en el trabajo de interpretación una salida o retirada de su propia significación, a la luz de la reconstrucción del fenómeno que estudiamos desde o a partir de una explicación de la estructuración sistémica desde la cual la estructuración interna de lo simbólico es problematizada. 5

Considero que el problema que estoy planteando no gira sustancialmente alrededor de la discusión de lo que se ha llamado individualismo metodológico. No desecho la información que podamos obtener en una entrevista en cualquiera de sus formas siempre y cuando el uso que demos a los datos que obtenemos de ellas en el análisis tenga los alcances que el individuo como unidad ofrece a la teoría desde la cual estamos planteando nuestro problema de investigación. Es más una cuestión vinculada a la ontología propia de las teorías que explican la dimensión cultural y comunicacional de lo social. Pues, la mayoría de las teorías disponibles sobre comunicación y sobre cultura las conciben como observables en interacciones sociales o en procesos socio-históricos y debemos poder discernir sobre la potencial capacidad del individuo como objeto de observación cuando son las formas simbólicas y las interacciones en las que ellas se intercambian nuestro campo de análisis e interpretación.

El desafío metodológico: esbozo de una propuesta

En los estudios de comunicación hay en los últimos tiempos una repetida demanda de autores importantes del campo para tratar de integrar o articular la producción al consumo o, dicho en otros términos, la emisión a la recepción. Es decir, abrir el campo de observación o de análisis para integrar la compleja configuración que el circuito comunicacional implica cuando se observa en las interacciones sociales del más variado tipo. 6 Considero que debemos esforzar nuestra imaginación metodológica para lograrlo.

Las etnografías fueron propuestas en numerosas oportunidades como estrategia indicada para superar el problema de la fragmentación que se deriva de la realización de entrevistas a los receptores o el análisis de discursos de textos mediáticos. Es lógico que si la cultura como problema ha diseminado su impronta en la mayoría de las ciencias sociales la etnografía surja como la salida estratégica recomendada. Veo varios problemas. Ninguno tiene que ver con la etnografía en sí, como diseño, sino con las posibilidades prácticas de llevarlas adelante productivamente si no cambiamos nuestro modo de ver la configuración compleja de elementos que integran la dimensión comunicativa de las interacciones sociales.

Para finalizar: formularé una propuesta que por el momento sólo puedo esbozar pero que tiende a dar los parámetros para superar este impasse metodológico que observo. Sospecho que nuestra imaginación metodológica debe orientarse al diseño de esquemas, modelos, tipologías y mapas que integren lógicamente la complejidad del proceso interactivo pero con las cuales pudiéramos abordar el campo observacional tal como nuestras conceptualizaciones nos están reclamando. No debería intentar representar el sentido del flujo de los significados que circulan y se intercambian, para no repetir una vez más el problema que presentaba la teoría de la información. Debería proponer formas variadas de probables modos de articulación entre tipos/ clases de emisores, pautas de organización de la diversidad de canales disponibles, modos de distribución/integración de receptores/ públicos/audiencias, nivel y clase de estructuración de las reglas que regulan los intercambios, facilidades o dificultades de la circulación del sentido que se intercambia, entre otros factores que nuestras teorías nos indican como relevantes. No pretendo indicar taxativamente todos los factores, ni indicar la relevancia jerarquizada entre ellos. No obstante, sugiero que no pueden estar ausentes aquellos que desde nuestra perspectiva sobre la comunicación consideremos más relevantes y pertinentes de los procesos de producción, transmisión, recepción/consumo y circulación en cuya integración se observa la interacción significativa de los actores sociales, es decir la dimensión comunicativa de la vida social. Con esta enumeración estoy tratando de colocar el problema de modo tal que pueda ser estudiado en el nivel de las interacciones sociales observables7, siempre teniendo en cuenta que en nuestras investigaciones debiéramos resistir la tentación de sustancializar a alguno o algunos de los elementos del proceso, sean ellos los individuos, los medios o los discursos, para no volver a disgregar lo que conceptualmente con esfuerzo logremos conectar e integrar.

Referencias

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  • Valles, M. (1997) Técnicas cualitativas de Investigación social. Síntesis. Madrid. Verón, E. 2005 Fragmentos de un tejido. Barcelona. Gedisa

1 Una síntesis de este artículo fue presentada como ponencia en el congreso Latinoamericano de Metodología de la investigación social realizado en la Universidad Nacional de la Plata (Argentina) del 7 al 9 de diciembre del año 2008

2 Sobre las consecuencias conceptuales de las “correcciones” que al estructuralismo pretenden hacer desde el situacionismo o contextualismo: ver Bourdieu, P. (2007:86) Nota al pié 1. Nos parece oportuno corregir la propuesta de Thompson desde Bourdieu siendo que el propio Thompson recurre inmediatamente a este autor para continuar su argumentación. En otras palabras, no estaríamos violentando la posición teórica de Thompson sino, meramente, a sus correcciones de una concepción de cultura ampliamente aceptada en antropología. Por una propuesta de revisión de este modo tradicional de ver la cultura desde la antropología ver Abu Lughod, L. (1999: 110-135), aunque tampoco desde esta perspectiva se puede separar analíticamente la cultura del contexto, sea histórico o situacional.

3 Un modo de aclarar las diferencias entre las dimensiones culturales y las comunicativas de la vida social es intercambiarlas alternativamente como adjetivos una de otra: así, lo que denominamos comunicación intercultural son modos o estrategias que se siguen para que diversas culturas, o grupos pertenecientes a ellas, interactúen entre sí. La comunicación transcultural en general es abordada describiendo el modo seguido por sus estrategas para abrir caminos al poder de circulación. El concepto de cultura comunicativa indica, por su lado, los modos propios de interactuar significativamente en las diversas culturas. Entrarían en este terreno de análisis los estilos que asumen los mismos géneros en sociedades nacionales diversas: el cine policial francés comparado con el americano, por ejemplo; las telenovelas argentinas comparadas con las brasileñas o las mexicanas; los géneros humorísticos viabilizados por los más diversos soportes en diferentes culturas. Dirijo un equipo de investigación que desde algunos años atrás viene investigando las diferencias enunciativas de los noticieros televisivos nacionales de Argentina, Brasil y Chile. También, entrarían en este campo los estilos idiosincrásicos de la gestualidad según regiones, países o grupos.

4 Las expresiones entre comillas responden a traducciones de mi autoría.

5 Cuando llego a este punto recuerdo, como ya lo he hecho en otro trabajo (Grillo, M. 1999), la poca afortunada crítica que hace S. Bruynn (1972) a los autores del estudio “Small Town” por interpretar el discurso de los entrevistados desde el psicoanálisis.

6 Ver, por ejemplo, Barbero, J. M. (1987: 223, 233; 2002: 228); Bouugnoux, D. (1999: 23, 96); Mazziotti, N. ( 2006: 60); Morley, D. (1989: 10) Orozco Gómez, G. (2006:24) Verón, E. (2005:222).

7 El mapa de las mediaciones propuesto por J. M. Barbero es una interesante referencia teórica. No obstante, su elevado nivel de abstracción y la amplitud del campo empírico al que alude propicia que su utilización en la investigación empírica derive en observables que pueden llegar a ser incompatibles con la perspectiva teórico- epistemológica que lo sustenta. En otras palabras, admite una pluralidad y diversidad tanto de referencias empíricas como de los modos posibles de su articulación lógica. (2002: 228-230 )