El dilema del tiempo en la construcción del problema de investigación en ciencias sociales. Derivaciones metodológicas.

El interés por el tiempo en la investigación social1

Una cuestión que siempre es problemática en el diseño de proyectos de investigación empírica, repetidamente en los cursos de metodología, en los talleres de tesis, en las consultas de tesistas y becarios es ¿cómo vincular el campo de observación – puede ser algo que ocurre en una institución escolar, en una situación de consumo de medios, en determinadas prácticas políticas, en el accionar de los movimientos sociales, etcétera- con aquello que lo excede, es más amplio, pero existen fundadas sospechas de que condiciona lo que sucede allí, la acción e interacción estudiadas. Detrás del interrogante, generalmente está presente un núcleo persistente de análisis de lo social compuesto por la díada acción- estructura, individuo-sociedad, holismo -individualismo, etcétera. Esto es: las preguntas vienen planteadas más o menos explícitamente, en ese marco analítico y mi respuesta siempre tiende a mostrar que la metodología no puede responder problemas teóricos sino sólo acompañarlos. Así, rápidamente, asumo y trato de compartir lo siguiente: no hay una estrategia metodológica que pueda satisfacer este tipo de preguntas sobre las relaciones entre la acción y la estructura de manera independiente del enfoque teórico que el investigador siga. Para imaginar estrategias metodológicas no es lo mismo seguir perspectivas fenomenológicas o teorías de la acción que teorías sistémicas o estructuralistas. En un caso, el foco de atención estará en uno de los polos y en el otro, en el opuesto. No me detendré aquí porque es parte del sentido común teórico actual. No obstante, hay algo que, más allá del énfasis que cada perspectiva ponga en una u otra esfera, hay algo que las teorías comparten: es la necesidad de nominar de alguna manera los nexos entre los factores o fenómenos en estudio que vinculan la acción con la estructura, lo social con lo individual, etc. Y, en este sentido, observo un insistente interés por comprender los procesos que vinculan la esfera de la acción, de lo individual, o de la interacción observable con el nivel estructural o sistémico o a la inversa. Están aumentando los problemas con perspectivas procesuales o, si se quiere, de corte histórico en la medida que recuperan el tiempo para poder enlazar la díada casi greimasiana de la estrcutra y la acción.

Ahora bien, para que este modo de abordaje no caiga en aquellos estudios que siempre entendimos como “meramente descriptivos” debemos asumir con Bécker que no sólo se trata de emplear las palabras correctas, proceso en vez de causa, o cómo en lugar de porqué, sino que se trata de “otra manera de trabajar” (Becker, 2009). Debemos ver lo social como eventos, pasos que pueden estar encadenados y hasta pueden organizar pautas, pero no necesariamente siguen una lógica de determinación causal. No es que sigamos un principio axiomático que nos impide aceptar o comprender causalidades o reversiones causales entre fenómenos. Al menos yo estoy dispuesta a aceptar ese nexo entre eventos, si recortamos explícitamente un circuito temporal. Simplemente observo que además puede interesar explorar y seguir otra forma de conocimiento que prioriza la comprensión y conceptualización de lógicas secuenciales diversas. Por ejemplo: hay una nueva reglamentación educativa e interesa observar el modo en el que su aplicación en la instituciones escolares transforma o va transformando, si ello ocurre y o de qué manera se evita que ocurra, aquello para lo que fue pensada la ley o se desea comprender el modo en el que se desarrollaron los acontecimientos de manera tal que un movimiento social A logró evitar que se instalara una planta contaminante de agroquímicos; también se puede querer comparar ese proceso con los avances y retrocesos del movimiento social B que no lo logró. Bien, los ejemplos pueden seguir pero todos comparten el interés por mostrar cómo ocurrió esto, luego aquello y cuál es hoy el estado de cosas, a veces, también con la intención de imaginar –desde el presente- cómo podría haber ocurrido para que fuera de otra manera.

Lo común en teorías vigentes

Bien, ahora partiendo de la idea que la metodología sin teoría dice poco o nada, esbozaré rápidamente una sospecha que tengo acerca de cuál podría ser el fundamento teórico que subyace a esta pregunta que se le hace a la metodología, acerca de cómo diseñar problemas de conocimiento de lo social COMO algo producido en el tiempo.

Hace tiempo que el pensamiento teórico sobre lo social sostiene de diferentes maneras, poniendo el acento en puntos alternativos, que los actores sociales generamos con nuestras prácticas el mundo social que habitamos pero ese mundo, en creación permanente, se va autonomizando y vuelve, también en flujo más o menos continuo, sobre los actores sociales quienes a su vez –muchas veces colaborando no intencionalmente- reproducen lo dado o producen –en el tiempo- un nuevo estado de cosas que nuevamente vuelve sobre ellos con cierta autonomía. Bien, la autonomía del mundo social de las manos de sus propios productores no es un punto de partida novedoso. Sencillamente podemos resumirla diciendo, por ejemplo, que nosotros creamos nuestras instituciones que luego nos limitan en nuestras prácticas. Y, sea cual fuere nuestro campo de estudio, cuando pretendemos estudiar procesos, generalmente nos interesa comprender cómo es que se produce este ida y vuelta en el recorte de la realidad que nos ocupa. Ahora bien, en principio, pareciera que estudiar los procesos por los cuales se produce, cambia, estabiliza o no se estabiliza determinado estado de cosas requiere de nexos que puedan indicar cierta reversibilidad entre los fenómenos. De acuerdo con esta mirada de lo social cualquier nexo entre factores que apueste una teoría entre lo individual o lo grupal con lo social o lo sistémico puede ser tratado, no quiero decir debiera, desde una perspectiva procesual.

Como la propuesta relacional parece estar bastante de moda tomaré el nexo de la relación – que parece bien estructural- para contar un ejemplo de la necesidad del tiempo aún cuando hablemos de relaciones. Hace poco participé de una investigación orientada metodológicamente por el paradigma relacional. Uno de los objetivos era conocer los tipos de intercambios que organizan relaciones más o menos duraderas entre vecinos, conocidos, parientes. Para ello se consultaba a los entrevistados acerca de: ¿a quién acudía en caso de necesitar algo?, ¿quiénes acudían a ellos en circunstancias similares? y cuestiones por el estilo. Es interesante comprender y conceptualizar las relaciones que aún sostienen la vida social en determinadas situaciones y contextos, en una sociedad altamente individualizada y/o fragmentada. Especialmente porque las relaciones irradian hacia lo social instituido como hacia los sujetos individualizados. Corcuff, P. (2013:134) Ahora bien, no podemos imaginar relaciones espontáneas, surgidas de la nada, ni inmutables o independientes de su evolución. Conocemos por otra teoría relacional –iniciada hace mucho tiempo por Gregory Bateson y continuada por autores como Erving Goffman, entre otros- que las relaciones son producidas y se puntúan en el tiempo -más o menos cambiante- de la interacción. En algunas dimensiones de la vida social el poder cristaliza con mayor permanencia las relaciones pero en un modelo productivo y no determinista de lo social, no son pocas las que pueden transformarse. Estudiar este proceso de transformación, aún en el caso del aparentemente estructural fenómeno de las relaciones, aunque desafiante, parece necesario.

Bien, supongamos que acordamos acerca de la necesaria consideración procesual de los problemas de conocimiento de lo social, cuál es la otra parte del dilema? Aquella que se opone y debilita nuestro entusiasmo cuando pretendemos incorporar el tiempo en nuestros estudios? Es la falta de confianza que nos embarga cuando queremos embarcarnos en una construcción realista de un tipo de conocimiento procesual de lo social.

Esto es así porque a la pregunta por el tiempo se nos presenta, como corresponde a la figura retórica del dilema – a la que aludimos en el título-, una respuesta que tornaría inviable cualquier intento en ese sentido.

En una antigua pero clásica y permanente discusión que Levi Strauss le plantea a Sartre, en los 60 del siglo pasado, el antropólogo sostiene con permanente actualidad la otra cara de este enigma. Como fácilmente se sospechará, para uno de los más ilustres representantes del estructuralismo, el valor epistemológico del tiempo es nulo o muy escaso para el conocimiento de lo social. Para dar cuenta de la impostura que para él significaba la alta valoración del tiempo en las explicaciones sociales, Levi-Strauss en uno de los pasajes más recordados y recuperados, dice.

“En cuanto uno se propone escribir la historia de la revolución francesa sabe (o debería saber) que no podrá ser simultáneamente y a igual título, la del jacobino y la del aristócrata. Por hipótesis, sus totalizaciones respectivas (cada una de las cuales es anti-simétrica de la otra) son igualmente verdaderas. Por tanto, hay que elegir entre dos partidos: o conservar principalmente una de ellas, o una tercera (porque hay una infinidad), y renunciar a buscar en la historia una totalización de conjunto de las totalizaciones parciales; o tiene que reconocer a todas una realidad igual: pero sólo para descubrir que la Revolución Francesa, tal como se la conoce, no ha existido.” (1964:374) Más allá de este relato, que hoy puede parecer anecdótico en la historia de la teoría social, aquello que es desafiante es la pregunta que se formula Levi Strauss, cuando fundamenta su posición. Dice: “porqué será que la diacronía dota a las explicaciones sociales de mayor vitalidad, riqueza y sentido humano?”. Entiende que la organización del tiempo nos guía en la lucha contra la contingencia. Así, la visión histórica de los hechos otorgaría un sentido totalizador que supera los eventos e impide la percepción del caos. En sus palabras, recurrimos al tiempo para “resistir a la incerteza y ambivalencia del ser”. Quizás, aquí se asienta la advertencia –posterior y en otro nivel de observación- de Bourdieu sobre “la ilusión biográfica” que destilan las historias y relatos de vida como diseños de investigación.

Estoy dispuesta a aceptar todas estas objeciones. Todos estos argumentos son atendibles pero al mismo tiempo hay una pregunta que desde estas perspectivas nunca pudo ser respondida: qué es aquello que en términos del propio Levi Strauss “acelera las fechas” o, desde una lectura actual de su trabajo, transforma la temperatura de una sociedad de fría a tibia y de tibia a caliente. En otras palabras, cómo es que imaginamos lo social actual sino es en medio de un cambio permanente o bien, quienes no lo ven así pueden imaginarlo quieto y repetidamente igual. Qué es aquello que cambia la consideración en cada caso: no será que unos ven el tiempo social elaborado y otros deciden ver los procesos en elaboración? Pese a la diferencia, en ambos casos la pregunta que interroga es la ausencia o la presencia del juego del tiempo. A la vez, es el tiempo el que nos permite imaginar una común historicidad y es en esta historicidad común que anclamos una subjetividad integrada. Es por ello, además, que podemos dar cuenta de la pluralidad de nuestros actores, agentes, agencias y subjetividades en estudio sin dejar de pensarnos constituidos por historias diferentes al mismo tiempo que habitamos una actualidad común?

Sin embargo, a pesar de todas estas intuiciones, en la teoría social actual aquello que el estructuralismo ya nos advertía con Levi Strauss en los sesenta, se profundizó con las críticas en las últimas décadas de parte del posestructuralismo y las posiciones posmodernas, especialmente aquellas referidas al tipo de causa implicado en las construcciones que dan cuenta de una sucesión de eventos. No puedo detenerme en este punto pero no me encuentro entre quienes piensan que las “ansiedades posmodernas” deben ser ignoradas. Tampoco adhiero a ellas “avant la lettre”. Simplemente, son nuevos llamados de atención sobre los límites que debemos reconocer cuando recurrimos al tiempo y trabajamos con él en la investigación social. Creo que ya no podemos pretender “reconstruir el pasado” pero, si seguimos una visión no lineal ni determinista de lo social, la pérdida de la inocencia debe llevarnos a agudizar nuestra imaginación metodológica para no abandonar el intento de estudiar lógicas temporales de producción y reproducción de lo social.

La salida del dilema: algunas respuestas metodológicas

Cómo considerar el tiempo en la investigación social es una pregunta que ha tenido varias respuestas que, a pesar de lo dicho, aun hoy son plausibles. Obviamente la disciplina que más se ha preocupado por la cuestión ha sido la historia. En este campo preocupa la pregunta: es posible una historia “realista”. Es decir, es posible construir un relato del tiempo de la acción de manera tal que guarde relación con “los hechos tal como ocurrieron”?.

Pienso que más allá o más acá de la disciplina histórica, en todas las ciencias sociales, el objetivo siempre es identificar procesos y mecanismos que nos permitan conceptualizar patrones, tipos, mecanismos de actualización, secuencias, relaciones. No, para “aprender de la historia” como se dice comúnmente, porque lo social siempre es abierto, es decir que siempre nos rige un principio de equifinalidad (o, en términos temporales: “el tiempo pasa”) y diferentes secuencias pueden conducir a lo mismo. O iguales, a estabilizaciones diferentes. Pero, para que la novedad no se vea como repetición siempre es mejor comprender sus diferencias. Entre la novedad (la diferencia) y la repetición se encuentran las disonancias y contradicciones que nos mantienen advertidos en nuestras búsquedas; allí está lo social “en vivo” que tanto inquietaba a Levi Strauss.

Si aceptamos lo dicho, qué aportes nos ayudan a dotar de cierto grado de realismo al relato de una concatenación de eventos huyendo de la disfonía o mudez del relativismo cuando demandamos conocimiento?

Hemos tenido diversas respuestas y pienso que todas son conocidas por investigadores y estudiantes más o menos avanzados. Pero las tres que he seleccionado, según creo, resisten ciertas objeciones fundadas del posestructuralismo cuando incorporamos el tiempo en nuestros estudios. Rescato, entonces, estrategias que, ya fueron propuestas por metodólogos y otros creadores interesados en el relato realista, pero también son recuperadas por Paul Ricoeur cuando defiende el género narrativo en la disciplina histórica y por Hayden White2.

Comenzaré con la más conocida, a veces denominada “El efecto Rashomon”, en homenaje a una película de Akiro Kurosawa que sigue la estructura de historias posibles, es la de los Relatos cruzados y los relatos paralelos. En estos casos, siguiendo “la perspectiva del actor”, participantes activos de un proceso dan cuenta de sus propios relatos de aquello transcurrido. El informe adopta la forma de “varias historias” del mismo proceso. El investigador, según su posición sobre la relación que mantiene con registros e informantes, puede exponer simplemente los relatos –como visiones paralelas de la misma “historia”- o avanzar en la interpretación de puntos en común y disidencias. (White, H. 2010:165)

La segunda estrategia, seguida frecuentemente por documentalistas, consiste en relatar lo ocurrido siguiendo la forma de las películas que cuentan cómo se hizo una película (White, H. 2011: 481 y sigtes.). Este documentalismo se denomina a veces “reflexivo” (Ardevol.1992 ), a veces “evocativo” (Crawford en Ardevol. 1992). Así, como en este tipo de documentales, el informe de investigación cuenta el proceso de producción de la investigación como parte de la investigación. El investigador vuelve sobre dos cuestiones: expone sus interrogaciones, dudas y referencias sobre los registros, documentos y relatos de sus informantes y, al mismo tiempo, devela las formas retóricas que sigue para mediar entre ellos, su experiencia y su público.

Y, finalmente, la propuesta de los tropos, tal como la formula Hayden White, orientada tanto a analizar como a escribir historias. Para este autor, la cuestión central reside en el paso de la crónica, esto es: los eventos ocurridos, al relato.3 En este punto, no podemos eludir determinadas formas poéticas –tropos- que configuran el relato. Por ello, la estrategia que sugiere es entramar la crónica de los eventos siguiendo la forma que siguió el proceso. Quien intenta dar cuenta de hechos reales del pasado, a diferencia del literato, está obligado a trabajar con documentos y referencias fácticas; sin embargo, para White, en el momento de entramar la cronología, igual que el literato, está sujeto a reglas poéticas. Sostiene que la narración como forma cognitiva que nos permite configurar el pasado, no puede eludir la utilización de los tropos poéticos. Estas figuras, los tropos, son formas pre- lógicas que unen parte con parte o partes con el todo, evento con evento o factores entre sí; son imágenes que evocan en su configuración un entramado particular entre los eventos (los tropos, en realidad, son “otro modo” de denominar los nexos de cuya necesidad hablé al principio). El autor identifica la metáfora, la metonimia, la sinécdoque y la ironía los cuales conducen a tipos genéricos del relato como el romance, la comedia, la tragedia o la sátira, cada una con implicaciones ideológicas determinadas (2011: 491).Entonces: cómo debe construirse un relato realista que pretenda evocar el tiempo en la investigación social?: los eventos deben ser entramados, es decir la cronología traducida a relato, siguiendo la forma (es decir la trama) que tomó la secuencia o el proceso que interesa y de esa manera “debe considerarse literalmente verdadera” (2011:482).

Cierro entonces diciendo que en las ciencias sociales, como dice Passerón, generalmente sólo se producen desplazamientos o entrecruzamientos antes que renovaciones totales de los paradigmas –o, si se quiere- de los programas de investigación en uso. Hoy, desde el punto de vista metodológico, si nos interesan los procesos, el tiempo aparece como un desafío que debemos enfrentar. Quizás podríamos partir aceptando que, en medio de los debates epistemológicos actuales, ninguna apuesta metodológica será tan buena y segura como quisiéramos. Entonces, desde mi mirada del conocimiento, posiblemente, una vez más, en medio de la niebla andar con luz baja es la mejor estrategia.

Referencias

  • Becker, Howard (2009). Trucos del Oficio. Buenos Aires: Siglo XXI Corcuff, P. (2013) Las nuevas socioklogías. S. XXI. Bs. As.
  • Ricoeur, P (1999) Historia y narratividad. Paidós. Barcelona.
  • White, Hayden (2010) Ficción histórica, historia fficcional y realidad hitórica. Prometeo. Bs. As.
  • White, Hayden (2011) La ficción de la narrativa. Ensayos sobre historia, literatura y teoría. Eterna Cadencia. Bs. As.

1 Conferencista invitada.Encuentro sobre problemas metodológicos de los estudios sociales. Universidad Nacional de San Luis. Junio 2016.

2 Hayden White, es un autor que se define a sí mismo como textualista y posmoderno, pero acepta que el proceso histórico ocurre –nosotros también podemos decir la realidad social- aún cuando no podamos dar cuenta con clara convicción de cómo fue sucediendo y lo que ello significa. En otras palabras, si queremos rotular: Hayden White es un autor posmoderno realista.

3 En Ricoeur (1999) la crónica y la trama son referidas como la historia episódica y la figurativa, respectivamente.

El público en los noticieros televisivos

Introducción1

 En el primer capítulo de su obra ¿Por qué estudiar los medios? Roger Silverstone nos invita de manera convincente a hacerlo menos por lo inusual o lo catastrófico que ellos nos acercan y más por lo que replican cotidianamente de aquello que pasa “por sentido común”, pues, nos dirá, “los medios dependen de él”(2004:21). Si seguimos esta recomendación y pensamos en cuáles son las cuestiones importantes que básicamente están encastradas en el sentido común rápidamente surgen el lugar y el momento en el que estamos y compartimos con quienes nos rodean. Es que una de las asunciones del sentido común más comprometedoras para nuestras prácticas cotidianas es aquella que nos habilita para las clasificaciones espaciotemporales de la situación en la que nos encontramos. Es más, en algunas situaciones se puede deducir nuestra lucidez de la capacidad que tengamos para identificarlas.

Por lo general nuestras experiencias cotidianas transcurren en el ámbito doméstico, en el laboral, en sitios de esparcimiento, etcétera, pero casi siempre en un espacio local que administrativamente lo contiene, ese espacio que para nosotros es el lugar. Pero cuando durante nuestra vida diaria interactuamos con los medios definimos sucesivamente marcos espaciotemporales diversos que nos posicionan en una plataforma con anclaje móvil. Como integrantes de sus públicos los acompañamos imaginariamente en los traslados que sus contenidos nos ofrecen. Y, en la espesura de la experiencia cotidiana, pocas veces estamos alertas para reconocer los poderes que actúan como fulcro de esos movimientos. Cuando los medios producen y reproducen las clasificaciones espacio temporales que organizan nuestras identidades, las instituciones dominantes de la vida social no están detrás ni delante de ellos, muchos menos a su costado, están allí. Como están, hay que decirlo, en medio de todas las instancias con poder clasificatorio, es decir con poder.

Así, la imprenta, que surgió casi al mismo tiempo que los estados nacionales, acompañó con su capacidad multiplicadora los ejercicios cotidianos de las nacientes sociedades nacionales y, fundamentalmente, de sus estados, para dotar de sentido a las fronteras nacionales. Por entonces, una nueva y poderosa clasificación espacial reorganizaba los límites y, al mismo tiempo, conmovía las identificaciones de las comunidades tribales: eran las naciones. 2

Hoy, después de doscientos años, tanto las comúnmente denominadas TICS como los medios electrónicos de comunicación, fundamentalmente la televisión, son interpretados como vehículos del debilitamiento de todas las fronteras tradicionales, entre ellas, las nacionales. En otros artículos he tratado de mostrar que los medios locales, ubicados en “el interior”, o las transmisiones locales de cadenas nacionales o transnacionales, juegan un poderoso papel de reproducción de las identificaciones con lo local, con el propio lugar.3 Al mismo tiempo, las grandes cadenas mediáticas, siguiendo el curso transnacional de la economía, ensanchan el alcance de sus producciones, amplían sus públicos y mercados y movilizan imágenes y fuentes lejanas de interpelación identitaria generando también segmentos de públicos y lealtades transnacionales. En este trabajo trataré de mostrar que la nación todavía constituye un espacio de interacción mediática diferenciado, que aparece reeditado diariamente en los noticieros televisivos nacionales y sostendré una hipótesis: la participación del público en esos espacios es un operador de particularización de tendencias mundiales del discurso informativo televisivo.

La nación como espacio de interacción mediática

John Thompson (1999) denomina espacio de interacción mediática al ámbito que se genera a partir de la relación que se produce entre la producción de los medios de comunicación y los públicos hacia los cuales llega su alcance. Pero, ocurre que en las interacciones mediáticas no siempre se generan espacios, en numerosas oportunidades se reproducen rutinariamente aquellos cuyos sentidos han sido construidos en procesos sociohistóricos específicos. Uno de ellos es el espacio nacional.

Autores como Billig (1995), Waisbord (2007) y Schlesinger (1993, 2007), entre otros, han analizado y destacado la necesidad de estudiar los vínculos entre los medios y las naciones.4 Especialmente por su papel en la vida cotidiana al ofrecer y reeditar experiencias colectivas con producciones entretejidas en deixis nacionales.

Schlesinger (2007) discute la idea que posiciona a los medios cumpliendo un papel reproductor del espacio de lo nacional. La considera una visión unilateral en la medida que concibe a la nación “desde adentro” e ignora las redes de relaciones en las que se encuentran hoy los estados nacionales. En el mismo sentido, para Massey (2005) ver el espacio constituido desde adentro es concebirlo como ruptura, discontinuidad o fragmentación; es como si las “culturas locales” brotaran de la tierra, dice. No se ven como producto de la interacción y, desde esta perspectiva, las naciones eran de una manera propia hasta que la globalización derribó “fronteras naturales”.

No obstante, visto el problema desde la teoría de la identidad, en el marco de la cual nos interesa ubicar el papel de los medios, la mirada “desde adentro”, indica los procesos de autogeneración y “la mirada de los otros, que incluye las propias miradas desde y hacia los otros” constituyen los de heterogenación. Ambos procesos son complementarios al momento de producirse las identificaciones de los grupos sociales (Boutinet, 1978).

En síntesis, desde la teoría de la identidad, el espacio no es solamente una superficie objetiva en la cual se mueven líneas imaginarias hacia adentro y hacia afuera, sino fundamentalmente un proceso de construcción temporal e histórica que en la experiencia de los grupos sociales adquiere sentidos. Puesto en estos términos, el problema se inscribe en los debates acerca del papel de los medios, especialmente la televisión, en procesos de identificación con espacios históricamente constituidos como lugares, esto es como espacios de identificación (Giddens, A. 1993; Morley, D. 2005). Consideramos que las discusiones sobre el poder de los medios para anclar los públicos a sus lugares, fortaleciendo procesos de identificación y diferenciación crecientes, o desanclarlos, promoviendo su desterritorialización, están agotadas si se plantean en esos términos generales. Partimos del supuesto que afirma la posibilidad de ocurrencia de ambos procesos, tanto de manera diferenciada como complementaria según diferentes momentos, lugares e instancias de la vida social. Debemos aportar muchos más resultados empíricos para poder comprender mejor la multiplicidad y combinación de estas posibilidades.

Pero, más allá de estos debates, lo cierto es que en el complejo contexto socio-histórico -que intenté exponer sin grandes omisiones pero de manera sintética porque ha sido suficientemente retomado en la literatura corriente- lo nacional permanece como un espacio de producción de sentidos. Todavía representa el ámbito de la racionalidad organizadora que trascendiendo la seguridad del vecindario permite la expansión imaginativa de la vida social sin resultar insondable y, por eso, amenazante. Es una frontera amplia pero de pertenencia contenedora que aún constituye una estación plausible para la plataforma mediática. En la televisión, por ejemplo, refracta cotidianamente en los noticieros nacionales.

Los noticieros televisivos de alcance nacional nos recuerdan una y otra vez, diariamente, cuál es el afuera y el adentro del espacio que alberga el nosotros social institucionalizado de lo que nos ocurre día tras día. Nos interpelan desde esa instancia asediada por la cotidianeidad de lo local, próximo, denso e inexcusable, y los variados, dispersos y desordenados flujos noticiosos de lo global. Desde el punto de vista comunicativo, este doble asedio del que hablamos es explicitado por Schlesinger de la siguiente manera: “es importante plantearse preguntas sobre el impacto de los cambios transnacionales y globales en lo que siguen siendo en gran medida sistemas de comunicación ligados al Estado-nación”. Para el autor la pregunta debe girar sobre las implicancias de estos sistemas comunicativos definidos principalmente en ese marco “para la posibilidad de una esfera pública supranacional como para nuevas formas de comunicación surgidas de la auto-organización de la sociedad civil” ( 2007:79).

Desde esta perspectiva la exploración del papel de los espacios de producción y consumo eminentemente nacional, como son los noticieros televisivos, parece interesante en la medida que, tal como han sostenido autores como Habermas (1994) y Garnham (1998), los derechos ciudadanos continúan estando vinculados a estados nacionales específicos.

Winocur contrapone esta perspectiva sobre el espacio de lo nacional y el espacio público, como ámbito apropiado para la participación ciudadana con la propuesta de Keane. En sus términos, para este autor “se ha vuelto obsoleto el ideal de una esfera pública unificada (…) en lugar de ello, figurativamente hablando, la vida pública ha sufrido una refeudalización” (…) en el sentido de “la conformación de un complejo mosaico de esferas públicas de diversos tamaños que se traslapan e interconectan y que nos obligan a reconsiderar radicalmente nuestros conceptos sobre la vida pública y sus términos asociados tales como opinión pública, bienestar público y la diferenciación público-privado” (1997: 56).

Nuevamente, debemos replantear la cuestión desde la perspectiva de los actores sociales involucrados, es decir de aquellos que ocupan e interactúan con los medios generando espacios en el marco de condiciones históricas compartidas. Desde esta esfera hablar de niveles micro o macro, no aporta a la comprensión de la significación que las interacciones adquieren y los procesos de identificación espacial que interpelan. En otras palabras, la identificación del espacio nacional con un espacio público denominado mesoesfera no permite comprender mejor el papel de lo nacional y las prácticas ciudadanas en su marco, aunque pueda dar cuenta de fragmentaciones asentadas en prácticas, intereses y estilos situacionales específicos.

No obstante, consideramos que en un punto Winocur acierta en su discusión de las ideas de Garnham (1986). Este autor define el espacio público desde una perspectiva normativa como “un espacio para definir una política racional y universalista” que sólo sería posible con unos medios independientes del mercado. Para Winocur (ibid) en cambio “El problema en estas nuevas condiciones no reside en cuestionar el papel y la legitimidad de los medios en la generación de nuevos espacios públicos sino en preguntarse hasta que punto las transformaciones que introdujeron en la vida pública la empobrecen o si, por el contrario, ofrecen nuevos desafíos para pensar la relación entre lo público y lo privado y también las posibilidades de intervención de los ciudadanos en la definición y discusión de los temas de interés colectivo en la agenda mediática”. Y, desde nuestra perspectiva, sobre el empobrecimiento de la vida pública es poco lo que puede decirse en la medida que excepto en situaciones excepcionales de revuelta y conflicto generalizado, la historia de las sociedades modernas no da cuenta de una participación permanente, cotidiana y directa de la población –constituida en ciudadanía- en los espacios públicos.

Los puntos de contacto entre algunas prácticas sociales y determinados procesos comunicativos mediáticos suelen ser analizados poniendo el acento en el papel que cumplen los medios en movilizar algunas cuestiones no sustanciales, meramente expresivas o espectaculares de esas prácticas. Estas perspectivas ubican los procesos de interacción mediática como productores deformantes de prácticas que natural o esencialmente son de otra manera. En nuestros trabajos tratamos de evitar tanto esta visión de lo social – espontaneísta, en la medida que le otorga una existencia natural sin mediaciones históricas particulares- como la que evoca momentos históricos en los cuales se manifestaba en estado de activa pureza. Por ello, en lugar de preguntarnos cómo los medios “empobrecen” la vida social, nos cuestionamos directamente por los modos y la intensidad de su intervención en procesos sociales específicos. Esto es: los medios constituyen hoy lo social junto a otras instituciones y lo que intentamos averiguar en nuestras investigaciones es la participación del proceso comunicativo que promueven en manifestaciones específicas de la vida social.

El público en la pantalla en debate

Los medios de comunicación han sido considerados desde ampliaciones del espacio público, en la medida que favorecen la participación, el reconocimiento y la visibilidad (Macé, 1997) hasta instrumentos a favor de su eliminación, en tanto reemplazan el debate racional propio de la esfera pública por un “espectáculo fascinante o ilusión fantasmal” (…) “por las imágenes y los simulacros de realidad”. (Jay, M.; 2003)

Es indudable que una cuestión clave para abonar una u otra posición es comprender la significación que asume la participación de los integrantes del público en los espacios generados por los medios. Si bien es verdad que los medios se constituyen en la actualidad en espacios privilegiados para la visibilidad pública de actores sociales diversos también lo es que esas intervenciones contribuyen a la “polifonía de la controversia” animadora del mercado que medios y públicos constituyen (Billing;1997). Winocur (2002) pone el acento en las capacidades y los intereses de los interactuantes. Dice que los participantes en los espacios de los medios han adquirido experiencia en esa práctica y ello les ha permitido desarrollar habilidades histriónicas para desempeñarse con soltura “al aire”. Todos han aprendido cuáles son las reglas de cada medio: lo que se puede o no decir, la manera para expresarlo y qué estrategias discursivas deben usarse para impactar al auditorio en cada caso. Agrega que el público no espera que se le solucionen sus problemas y al medio tampoco le interesa averiguar qué desenlace tuvieron las historias, salvo que ameriten convertirse en una novela por entregas. Lo que importa a ambos es publicitar y ser observados. Para los primeros significa volverse “visibles” en la escena pública, para los segundos, historias que venden. En definitiva, para Winocur, se da una transacción de intereses. Ya hemos dicho que podríamos coincidir con Winocur, tanto en adjudicar a los participantes la intención de buscar visibilidad en el espacio mediático como en el desarrollo de la capacidad histriónica que han logrado, pero lo que no surge de nuestras observaciones es que quienes participen en los medios no esperen solucionar sus problemas o al menos, sumar adherentes, lograr efectos directos en las instituciones del Estado u obtener reconocimiento público de sus necesidades. Los integrantes del público que estudiamos consideran que estar en los medios siempre es una alternativa válida para ser oídos y solucionar problemas; incluso, dan cuenta de experiencias exitosas en ese sentido (Grillo et alt., 2003).

En esta instancia de nuestras indagaciones sobre el problema consideramos que el público en pantalla integra una estrategia de tratamiento de la noticia por parte de la televisión en la medida que consigue movilizar procesos de identificación en el público, favorece el contacto y anima la pantalla. Pero, más allá de estos intereses que persiguen las producciones televisivas, lo cierto es que, al mismo tiempo, amplia el espacio de participación del público y colabora en dotar de visibilidad y reconocimiento a sus necesidades y carencias.

Entiendo que los ciudadanos dan a conocer sus intereses y opiniones en un ámbito que ya está mediado por el noticiero y la participación en los espacios públicos que promueven los noticieros son insumos producidos por el mismo espacio5. Digamos entonces que los espacios mediáticos no son espacios-escenarios como las plazas, los teatros o las salas de debate barriales o de las casas de gobierno. Estos escenarios mediáticos “vienen a casa” para que participemos y lo hacen en un doble sentido: por un lado, efectivamente salen a nuestro encuentro en el lugar que estemos y, por otro, cada participación de un ciudadano en la televisión abre la posibilidad de nuevas intervenciones a otras personas y permite la identificación de integrantes del público6. El noticiero televisivo es un escenario demandante y disponible; en este sentido, acuerdo con Winocur que se da una transacción de intereses entre el medio y quienes intervienen en sus espacios.

El noticiero televisivo nacional y el discurso de la información

Para Verón (2005) el discurso de la información es el que tiene por objeto la actualidad y para avanzar en su comprensión debemos reconocer su articulación con la red tecnológica de los medios y las prácticas del periodismo y por otro con su único destinatario genérico que es el ciudadano habitante de un país -puede ser de una región- que es construido como un predestinatario, esto es como alguien con quien se comparten y confirman creencias comunes. 7 El periodismo cuenta la actualidad, pero esa actualidad integra diegéticamente sentidos producidos desde una multiplicidad de relatos que recortan el mismo espacio nacional

Charaudeau agrega una cuestión fundamental para la comprensión del modo y la posibilidad de circulación de este discurso a partir de la relación que se establece entre medios y públicos. Para este autor : “la instancia mediática televisiva se encuentra en una posición de bisagra doblemente orientada: referencial, cuando está orientada al mundo exterior que muestra, refiere y comenta, y de contacto cuando contempla al telespectador al que intenta interesar y conmover, al que reclama e interpela. (… ) La dirección, lugar por excelencia de la articulación entre el mundo exterior, el estudio y el telespectador es la que garantiza la puesta en escena.” (2003: 233) Desde nuestro interés analítico, esto quiere decir que los noticieros deben ser creíbles y, al mismo tiempo, mantener su público. Por esto, deben seguir los cánones de construcción de la verosimilitud sin perder de vista que necesitan lograr y mantener una audiencia. Tanto el contacto como la verosimilitud son dimensiones centrales para mantener las interacciones promovidas por los noticieros televisivos; sus estrategias desde la puesta en escena deben ser exitosas al momento de articular la producción discursiva con su reconocimiento por parte del público. 8

Como sostiene con claridad Eliseo Verón (2005), para comprender la complejidad del vínculo de los medios con sus públicos hay que entender que los medios son actores de un mercado económico y están sometidos a dos lógicas que hasta hoy han sido relativamente divergentes. Una, es la función primaria del contrato que es crear y conservar sus receptores y la otra, es de dotar de valor a ese colectivo para vendérselo a los anunciantes. Pero, en tanto la relación con los anunciantes es sólo un problema de marketing, vende o no vende, su anclaje en un grupo de receptores depende de variables demográficas, económicas, políticas y culturales variadas y muchas veces sutiles. Ahora bien, desde la producción de los noticieros televisivos nacionales estas dos lógicas aparecen imbricadas en el momento en que reproducen estilos discursivos idiosincráticos y diferenciadores particulares, propios de sus lugares de producción y atentos a esas variables expuestas por Verón, así como están sometidos a procesos crecientes de racionalización de la producción televisiva informativa que muestra tendencias comunes en numerosos países del mundo. (2005:194)

Con respecto a esas tendencias, en un artículo aparecido en diciembre de 2005 en Le Monde Diplomatique, Marc Endeweld da cuenta de algunas de estas transformaciones comunes en noticieros televisivos franceses muchas de las cuales responden a tendencias mundiales. Una de ellas es la creciente ficcionalización en la construcción de las noticias promovida especialmente por las agencias de noticias internacionales9, otras son : el aumento del espacio a servicios para la vida cotidiana –tiempo, salud, tránsito, seguridad-, el aumento de la importancia de los periodistas estrellas como marca o imagen de los espacios noticiosos y de las propias emisoras, el aumento de los relatos en off acompañados por imágenes editadas muchas veces de archivo, la generación de la información desde el noticiero según su conveniencia operativa antes que la búsqueda de la información relevante y el aumento de la importancia del ritmo, a tal punto que el tiempo medio de los reportajes es de un minuto cuando hace diez años era de un minuto y medio10. Pero una de las tendencias más comunes en los noticieros televisivos del mundo es la reducción del tiempo dedicado a las noticias internacionales y el crecimiento de la importancia del factor noticioso de la proximidad.

Para Waisbord (2007) “La debilidad de la cobertura internacional de noticias ofrece probablemente una explicación parcial de las razones por las cuales los medios fracasan en cubrir las expectativas cosmopolitas. (…) Típicamente los medios de comunicación recurren a narrativas e historias culturales que resuenan en las audiencias domésticas, antes que a un mejor entendimiento de los desarrollos y los contextos. Sin embargo no parece ser una cuestión principalmente de limitaciones de los marcos noticiosos y de las prácticas periodísticas: a la inversa que las naciones , el cosmopolitismo carece de medios de comunicación aliados deseosos de convertirse en vehículos de las culturas trans-post-nacionales. (…) Como advierte Schlesinger “no deberíamos esperar demasiado del potencial de los medios audiovisuales para configurar identidades en un contexto transnacional” pues están mejor equipados para, y deseosos de, sostener identidades nacionales. (En Waisbord, 2007:48)

Algunos de los factores que tendencialmente se introducen en la producción de noticias televisivas en el mundo constituyen, desde nuestra perspectivas, condiciones homólogas y contiguas a la intervención del público en la pantalla, de manera tal que este factor puede considerarse una estrategia desde la cual analizar particularidades nacionales de los noticieros. De mejor manera, podemos decir que consideramos al tratamiento dado al público en la pantalla como un operador particular productivo de tendencias universalizantes de la producción de la información televisiva. Estas tendencias afines son: aumento de la importancia de cuestiones atinentes a la vida cotidiana, como la prestación de servicios –salud, tránsito y, con gran fuerza, seguridad-, el aumento del valor de la proximidad y la creciente importancia del ritmo en la continuidad expositiva, complementadas por las necesidades de aprovechamiento por parte del público del espacio que posibilitan los medios para publicitar sus demandas. Especialmente cuando  “…se produjo una adaptación de las instituciones de las democracias industriales a los medios y los medios se han transformado en los mediadores insoslayables de la gestión de lo social”(Verón, E. 2005: 224)

El público en la pantalla de los noticieros televisivos de Argentina, Brasil y Chile

En trabajos anteriores hemos tratado de dar cuenta de dimensiones significativas de la intervención del público en programas televisivos a partir del ámbito de producción de esos espacios. Así, mostramos el modo en el que noticieros locales construyen sus audiencias en términos de vecindario a diferencia de los noticieros nacionales (Grillo, 2004; Rusconi, 2004); analizamos la significación de estas intervenciones en entrevistas realizadas a los integrantes del público (Grillo, 2005; Tonello, 2003), exploramos la potencialidad de espacios mediáticos como escenario de transacciones de diversa índole (Milani, 2004) y nos detuvimos especialmente en aquellas vinculadas a la condición ciudadana del quienes intervenían identificando su construcción como demandante y consumidor de servicios públicos (Grillo 2005; 2006).

Posteriormente comenzamos a estudiar el tratamiento de las noticias con participación del público en noticieros nacionales de Argentina Brasil y Chile. Hasta el momento han surgido con claridad dos cuestiones que seguimos analizando: una es el lugar diferencial que ocupa el público participante en la construcción de la noticia y otra es el estilo de tratamiento. Mientras en los noticieros de Chile y de Brasil la actuación del público en la pantalla aparece como consecuencia del hecho que se considera noticia, en el argentino el público interviene constituido en el hecho noticioso, es la causa de la información y eje alrededor del cual se construye el hecho que despertó su actuación (Giussano, 2006). En términos generales encontramos que mientras en el noticiero de Brasil el público comparte su intervención con reporteros, informantes del poder público, expertos y otras fuentes variadas de información en vivo, todo alrededor de temas (o “historias”) de integración, y en el chileno los escenarios oscilan claramente entre aquellos específicos y variados que ocupan los participantes con otros propios del poder público –ministerios, oficinas, sedes oficiales- o político, en el noticiero argentino su presencia, como testigo, informante o actor principal es casi excluyente (Grillo, 2006). Por otra parte, el noticiero brasileño organiza una puesta en escena compleja en la que se hace evidente la presencia de un organizador ausente pero necesario. Como contrapartida, la puesta en escena informativa del noticiero argentino Telenoche se construye siguiendo una modalidad fluida –como espontánea-; la pantalla aparece ocupada –en el sentido de tomada y por momentos invadida- por “los hechos noticiosos”. Entre estos hechos están, obviamente, las manifestaciones, los cortes de calles y las escenarios barriales con voces que reclaman por salarios, subsidios, seguridad o servicios, noticias todas en las cuales la participación del público en la pantalla es una constante. El espacio informativo televisivo se convierte así en una réplica mediatizada del espacio público de calles, plazas, rutas y vecindarios.

Estos antecedentes nos han llevado a postular la hipótesis de que el público en pantalla –en tanto variante mediática del pueblo en la plaza y las calles- se construye en el noticiero argentino como una estrategia eficaz de articulación entre la realidad a la que remite, la construcción que hace de ella y la relación que establece con su público. Dicho de otro modo, el público en pantalla en el noticiero argentino es un articulador productivo de los tres espacios que en palabras de Charaudeau son el espacio externo público, el espacio interno de interpretación y el de la relación de esta instancia con el público. (2003:233)

Desde esta mirada y a partir de los antecedentes citados tratamos de abonar más profusamente nuestras sospechas acerca del papel de la intervención del público en la pantalla en el noticiero argentino explorando aspectos más detallados del tratamiento dado a ese recurso noticioso. Para ello, presentaremos algunos resultados de un análisis descriptivo de los noticieros de mayor circulación emitidos durante una semana de los noticieros de mayor circulación de Argentina que es Telenoche de Canal 13, de Brasil, el Jornal Nacional de la Rede O`Globo y de Chile, 24 Horas Central de la Televisión Nacional de Chile11. Los datos que tenemos muestran los porcentajes de noticias con participación del público en cada noticiero, el tiempo promedio de esas notas, la cantidad de tiempo efectivo del público en la pantalla, el tipo de público que participa, según sea ciudadano común o especialista, el papel del reportero que entrevista y la dramatización de la actuación por parte del público interviniente.

Telenoche
Argentina
Jornal Nacional
Brasil
24 Hs
Tele. Nac. Chile
 

Porcentaje    de     noticias c/público *

 

50,87 %

 

33,33 %

 

57,35 %

Porcentaje de tiempo ocupado por público en pantalla sobre tiempo de

las notas.

 

70%

 

(56” / 1’20”)

 

38%

 

( 24”/1’18”)

 

45%

 

(45”/1’40”)

 

Presencia del ciudadano común sobre el especialista.

 

69 %

 

59 %

 

52,5 %

Promedio en segundos por nota de complicidad del reportero sobre tiempo de participación del reportero (complice- distante-negocia-ausente)  

52”

 

27”

 

20”

 

Tiempo promedio por nota en el que el público dramatiza su intervención

 

20 %

 

7 %

 

4 %

* No se incluyeron las intervenciones de candidatos políticos, funcionarios, legisladores o gobernantes. Sí, las de profesionales o especialistas en temas específicos vinculados al material noticioso.

Si bien el noticiero argentino muestra un porcentaje menor en el total de notas con público en la pantalla que el de Chile, no obstante, presenta un porcentaje notablemente mayor de tiempo efectivo ocupado por el público. Si sumamos a esta observación, los mayores porcentajes tanto de la presencia del ciudadano común frente al especialista, como de los tiempos en los cuales las personas que intervienen lo hacen dramatizando sus actuaciones y los reporteros mantienen una relación de complicidad con los entrevistados vemos que todo organiza una configuración que permite seguir trabajando la idea que venimos sosteniendo acerca del papel que cumple la intervención del público en la pantalla del noticiero argentino.

Creemos que es en las formas, en las modalidades de construcción, en los estilos de enunciación o de tratamiento donde debemos seguir analizando las diferencias. Ellas exponen, como lo sostiene White, la moral que trasunta los deseos (1992:33-35). 12

Verón (2005) plantea también la necesidad de realizar las comparaciones a partir de las modalidades, pues en ellas se sostiene el contacto. Afirma que los mecanismos de competencia en el mercado de los medios tienen como consecuencia que el contrato con el público sea fundamentalmente enunciativo, es decir que no sea del plano del contenido sino “en el de las modalidades del decir”, pues productos muy parecidos entre sí sólo pueden diferenciarse en las estrategias ocupadas del contacto.

Entonces, la pregunta central que demanda nuestra interpretación en adelante es identificar las reinversiones tecnológicas, sociales e históricas que producen operatividad en la intervención del público en pantalla para fundar y mantener el contacto cuando se informa por televisión en Argentina.

Río Cuarto, julio de 2007

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1 Publicado en Conexao. Revista de Comunicaçao da Universidade de Caxias do Sul.V.6 nro.11 jan-jun 2007 pp.:123-138.

2En Latinoamérica los estados llevaron adelante un papel activo – en lo militar, pero también en lo económico y lo ideológico– de diferente manera y con diferentes grados de “éxito” según los países, por aglutinar e igualar hacia adentro al mismo tiempo que combatían con las fuerzas colonizadoras europeas. Ver, por ejemplo, Alimonda, H. (1982) “Paz y Administración- Orden y Progreso. Notas para un estudio comparativo de los estados oligárquicos argentino y brasileño”. Revista Mexicana de Sociología. UNAM. Nro.4; Ozlak, O. (1986) “Formación histórica del estado en América Latina: elementos teórico-metodológicos para su estudio”. CEDES. Bs. As. y “La formación del estado argentino (1997). Planeta. Buenos Aires; Trindade, H. (1986) La construcción del estado nacional en Argentina y Brasil (1810-1900). En Revista Mexicana de Sociología. UNAM. Nro.11. Por otra parte, Anderson., B. (1993) da cuenta de la importancia de la imprenta y de los nacientes medios en la construcción del sentido de lo nacional.

3 Grillo, M (2004) “Lo local y lo nacional como espacios de identificación espacial en la interacción mediática”. En Antonelli, M (ed) Cartografías de la Argentina de los ’90. Cultura mediática, política y sociedad. Ferreyra Editor. Córdoba.

4 En el artículo citado de Silvio Waisbord -“Los medios y la reinvención de la nación”- el autor presenta una selección actualizada de trabajos que vinculan el papel de los medios en lo que el autor llama “la coordinación cultural” del espacio nacional.

5 Marletti (2001) destaca el papel de las rutinas profesionales, como puede ser concebida la actividad que despliegan los periodistas al hacer intervenir al público en los espacios mediáticos, en la autorreferencialidad de los medios. Entiende la autorreferencialidad en el sentido que le da Luhmann como la capacidad de un sistema de seleccionar del ambiente aquello que mantiene en la complejidad la propia identidad.

6 Lazarsfeld y Merton afirmaban, en un artículo escrito en 1948, que podría darse un fenómeno que denominaron “disfunción narcotizante” en el sentido de que la recepción de estos mensajes transformen las energías disponibles para “una participación activa en un saber pasivo”. No obstante, los propios autores sostenían entonces que no se conoce mucho cómo puede operar este fenómeno y que estudiarlo “es una de las tareas que aún se presentan al estudioso de las comunicaciones masivas.” (1978:35) No hemos avanzado demasiado.

7 Verón afirma así el sentido de pertenencia común que sostienen los recortes espaciales compartidos en los discursos informativos . Agrega que el público del discurso de la información difícilmente sea paradestinatario –objeto de persuasión- o antidestinatario –con el que se polemiza-.

8 Para Verón el desafío principal de la investigación en la comunicación mediática es en la actualidad tratar de comprender lo que llama sistema productivo, es decir la articulación entre producción y reconocimiento. (2005:222)

9 Describe el tratamiento dado a la información del huracán Katrina, ocurrido en Estados Unidos en ese mismo año.

10 Mi propia experiencia indica que hace alrededor de treinta años atrás, cuando me desempeñaba como redactora de un noticiero televisivo, esta duración media de los reportajes era de 2 minutos y medio; tres minutos era el tiempo máximo.

11 Luego de visualizar e interpretar los lineamientos generales que presentan los noticieros de los tres países sobre material grabado de veinte emisiones por noticiero de cada país, correspondientes al mes de junio de 2006, resolví efectuar este análisis de contenido pormenorizado del material de una semana, a partir de categorías emergentes de ese visionado previo.

12 En un estudio anterior que efectué comparando material relevado en 1993 del mismo noticiero brasileño y de canal 9 de Argentina, que en ese momento eran los de mayor audiencia, observaba ya un estilo diferente en la relación que proponían los reporteros con los entrevistados en los noticieros de ambos países. Entendía entonces, que el estilo de los reporteros argentinos reproducían una moral común que más allá del contenido, sigue estrategias manipulatorias para la igualación. A partir de la clasificación efectuada por Todorov (1987) de las modalidades de tratamiento del otro; resumía esa modalidad seguida en el noticiero argentino como aquella que concibe al otro como creyente.(Grillo,1995).

Donde está la acción: las relaciones interpersonales y la interacción mediática

1.  Introducción: el olvido de las relaciones interpersonales en los estudios de la interacción mediática1

Las reflexiones teóricas sobre el papel de los medios en la sociedad y la mayoría de los estudios empíricos que tratan de comprender la influencia que ellos ejercen sobre sus públicos han prestado escasa atención a los otros tipos de interacción que los actores sociales llevan adelante con su entorno. Especialmente han ignorado las relaciones interpersonales y el poder que las atraviesa en los escenarios cotidianos. Cuando John Thompson (1998), uno de los autores más recuperados en los últimos tiempos para diferenciar la interacción mediática de la interpersonal, cuestiona la posición de Habermas sobre el papel de los medios en la refeudalización de la esfera pública propone estudiar el problema a partir del cambio de coordenadas espacio-temporales que producen los medios. Sostiene que para entender los cambios originados por ellos debemos partir de la diferenciación entre la visibilidad de la co-presencia, del aquí y ahora, frente a la mediática que es desespacializada y destemporalizada. Sin discutir la posición de Thompson sobre las diferencias que asumen ambos tipos de interacciones con el entorno resaltamos que hay dos cuestiones que no debiéramos soslayar en nuestros estudios de comunicación. Primero, en ambos tipos de interacciones el poder en juego define las relaciones implicadas y, además, desde el punto de vista de los actores sociales ellas se experimentan de manera integrada e intrincada.

John B. Thompson también le cuestiona a Habermas su visión de la esfera pública burguesa en la medida que se apoya en una concepción parcial del pasado. Sostiene que en la pintura habermasiana están ausentes los movimientos sociales emancipatorios de la época y se oculta la discriminación por sexo que alejaba a las mujeres de ese escenario. En realidad, desde siempre el poder discriminatorio y excluyente que prima en la esfera privada sobrepasa largamente la cuestión de las mujeres y se observa con claridad en las relaciones interpersonales –en “los encuentros intersubjetivos” y en “la co-presencia”- que son propias de esa esfera. Podríamos decir entonces que pese a las objeciones que le realiza, Thompson acompaña a Habermas en el liderazgo de aquellos autores que apoyan su argumentación acerca del efecto administrativo que ejercen los medios sobre lo social a partir de las diferencias entre la comunicación interpersonal y la mediática. Se desprende de esta visión un individuo alienado por los medios de las condiciones de mayor reconocimiento y libertad que le ofrece el mundo privado de la familia o semipúblico de las instituciones y organizaciones en las que prima la co-presencia y el aquí y ahora. En última instancia, siempre que se habla del poder de los medios desde esta posición hay una asunción de autenticidad corroída por parte de los medios o bien del individuo o bien del entramado interpersonal en el que interactúa cotidianamente

En este trabajo tratamos de asumir otro ángulo de observación. Sin abdicar de la necesidad continua de develar el poder social que ejercen los medios, nos proponemos avanzar en la comprensión del papel de las relaciones interpersonales asociadas a los medios, en el marco general de las interacciones que los actores sociales llevan adelante con su entorno. Abordamos el problema desde una concepción del individuo como actor histórico, situado en redes y categorías sociales que le ofrecen marcos de identificación múltiples en cuyas estructuras se produce la interacción mediática.

Las ideas principales que proponemos en este trabajo constituyen líneas interpretativas surgidas de los resultados más importantes de sucesivas investigaciones empíricas referidas a medios locales y sus públicos. 2

2. La investigación en comunicación en los polos

Tanto los estudios que dan cuenta del poder ideológico de los medios como los de recepción tienen los alcances y límites de hablarnos de lo que ocurre en el proceso de emisión o de recepción y generalmente así lo admiten. A nuestro entender, el problema inevitablemente surge cuando de sus resultados se habilitan o derivan explicaciones sobre prácticas sociales colectivas o individuales. Y ello ocurre porque las cajas negras que esconden esos análisis: “los medios dominantes” o “los receptores activos” se encargan de completar el circuito interpretativo de sus resultados. Esas cajas negras actúan por si mismas, incluso sin necesidad de ser sugeridas; son etiquetas simplificadoras de procesos sociales complejos que al ser invisibilizados se suponen carentes de importancia. Los analistas de discurso han insistido suficientemente mostrando que aquello que discursivamente se invisibiliza carece de importancia y ello ocurre tanto en la vida social corriente como en las teorías sociales.

Para justificar ese modelo de interés metonímico y disociativo de las investigaciones del campo, bien podríamos aceptar como punto de partida que desde los estudios de comunicación no hemos hecho más que compartir con las demás ciencias sociales una carencia de interés por las formas vivas de lo social. Precisamente aquellas que disuelven dicotomías como lo individual y lo social o la naturaleza y la cultura (Latour, 2008; Lahire, 2005, 2006a, 2006b), ambas en los estudios de la interacción mediática atravesando el tratamiento que damos a la relación entre los medios y sus públicos.

En nuestras interacciones interpersonales –con amigos, familiares, colegas de trabajo, compañeros de agrupaciones políticas, de asociaciones, clubes y cuanto colectivo y redes integremos, tanto cara a cara como virtuales3, nos relacionamos con actores sociales significativos para la construcción y definición de nuestras identidades personales y grupales. En todos estos escenarios se producen mediaciones sumamente activas de cualquier instancia que consideremos de lo social. No necesitamos demorarnos demasiado en la exploración de esos espacios para observar que entre los actores que los ocupan existen intercambios de significados acerca de aquello que es, es posible y es bueno en medio de procesos de influencias, imitación, conformidad y rechazo, reconocimiento y alienación, poder y subordinación. Son situaciones y escenarios en los cuales al decir de Goffman “está la acción”, en la medida que requieren de los interactuantes dominio de rituales ceremoniales apropiados para dar cuenta de sí en relación a los otros y otorgar “mérito y sustancia” a la propia interacción (1971, p. 134). Allí se exhiben los acuerdos que unen y las disidencias y rupturas que distinguen y desplazan, en medio del ejercicio del poder y el empleo de estrategias de resistencia. Como dice Bourdieu (2000), al igual que en el terreno de la política en general en nuestras políticas domésticas se acuerda con unos para disentir con otros o se disiente con éstos para acordar con aquellos. Sostenemos que los medios integran nuestras trayectorias comunicativas con estas relaciones interpersonales. El uso y consumo que hacemos de ellos mantienen clivajes cruciales con nuestras identificaciones cotidianas, producidas en el marco de las situaciones interpersonales que animan imaginativa y concretamente los escenarios del entorno diario.

3. Las relaciones interpersonales y los medios

Una obra señera sobre la influencia en las relaciones interpersonales y su intervención en el papel de los medios en la vida social, sin duda ha sido La influencia personal. El individuo en el proceso de comunicación de masas de Eliu Katz y Paul Lazarsfeld (1979). Está apoyada en una vasta investigación de campo realizada luego de la segunda guerra mundial, en varios períodos y con objetivos complementarios. Ya en esa época los autores señalan la ausencia de investigaciones que estudien de manera combinada los grupos a los que pertenecen los individuos y el papel de los medios, por entonces la prensa gráfica y la radio, en la conformación de opiniones, creencias y actitudes. Se preguntan : “Por qué el factor de las relaciones interpersonales, que se nos presenta con toda su importancia, ha sido ignorado sistemáticamente?”. En los años que han transcurrido desde que Lazarsfeld hiciera estas observaciones, de las cuales derivó por ejemplo, el reconocimiento de la importancia de los líderes interpersonales de opinión en la influencia de los medios, ocurrieron notables transformaciones en las relaciones entre éstos y sus públicos. Una, imposible de sustraer al análisis, es la ubicuidad alcanzada por los medios de comunicación en la vida social actual y la familiaridad con la cual los actores sociales interactúan con ellos en sus vidas diarias. Otra, y asociada a la anterior, es el desarrollo tecnológico orientado especialmente al aumento de la interactividad y a la creciente convergencia de la oferta. Estos factores han contribuido a la concreción de un entorno social altamente mediatizado que nos obliga a observar los procesos comunicativos como complejos y recursivos. A pesar de ello: de la necesidad de pensar las relaciones entre los públicos y los medios de manera compleja y, en ocasiones, hasta inversa a como la configuraban estos autores pensamos que su proposición principal, referida a la importancia que tienen para los individuos las relaciones interpersonales y la necesidad de estudiarlas de manera conjunta con las interacciones que mantienen con los medios, continúa teniendo sustento empírico y valor explicativo. El desafío que nos plantea esta asunción es identificar aquello que, casi tres cuartas partes de siglo después, nos permite sostenerla.

Cuando Katz y Lazarsfeld se preguntan por la ausencia de interés del papel de las relaciones interpersonales en las relaciones que los públicos mantienen con los medios encuentran que ello se debe a la concepción entonces vigente de la sociedad como sociedad de masas y la definición que de ella se desprende del individuo “como personas sujetas a controles remotos de instituciones de las que él y miríadas de compañeros suyos desorganizados se sienten excluidos” (1979, p.43). 4

Si bien las concepciones actuales del público han superado la antigua idea de masa en relación con los medios y los consumos culturales en general, no obstante, la sociedad contemporánea es concebida repetidamente como sociedad de los individuos o en proceso de individualización creciente. Esto nos lleva a pensar que si la objeción de Katz y Lazarsfeld tenía sentido a mediados del siglo pasado parece perderlo en la actualidad cuando la individualización se acepta como transformación histórica general en las sociedades occidentales. No obstante, creemos que el mantenimiento del interés de la propuesta de estos autores reside justamente en que la teoría social actual no contrapone el individuo a la sociedad sino que lo asume como actor producido socialmente. En otras palabras, podemos compatibilizar una idea del público de los medios articulado por relaciones interpersonales aún cuando aceptemos la intensificación de la individualización. Ello ocurre porque hoy concebimos al individuo como un actor producido socialmente en los sucesivos y acumulativos procesos de interacción que lo van definiendo.

4. La individualización en las tramas de lo social

 Para comprender mejor nuestra sociedad individualizada seguimos una línea argumentativa que privilegia la desnaturalización del individuo y trata de mostrar las diferentes características que asume como construcción histórica desde la modernidad. Un autor que destaca el carácter histórico y localizado del individuo es Norbert Elías quien en 1939 escribe su obra La sociedad de los individuos. Elías nos convoca a seguir indagando “cómo y porqué la estructura del tejido humano y la estructura del individuo se modifican al mismo tiempo de la misma manera, cómo en la transición de la sociedad guerrera para la sociedad cortesana, o de ésta para la sociedad burguesa, los deseos de los individuos, su estructura instintiva y de pensamientos, y hasta el tipo de individualidades también se modifican”.

 Al describir al individuo en su medio social encuentra que las imágenes más adecuadas de las formas que él integra son las redes y las tramas. Las redes, “como hilos”, aclara, cuya figura junto a la del entramado, nunca puede ser espacial sino como algo en constante movimiento “como un tejer y destejer ininterrumpido de ligazones” (1994, p.35). Así, en pocas palabras, Elías describe el carácter ineludiblemente social del individuo y la variada necesidad que tiene de asociación para realizarse como va siendo en épocas y lugares diversos.

Beck y Beck-Gernsheim asumen que la vieja cuestión de la sociología referida a las tensiones entre lo social y lo individual responde a un desarrollo histórico de la propia sociedad. Para estos autores la individualización significa el debilitamiento de los sentidos tradicionales de categorías tales como clase, género y vecindario, de la estructura de organización que ellas implican y de los modelos de roles que sustentan. No obstante, estos autores se encargan de remarcar que en la sociedad occidental contemporánea los individuos no están en un espacio vacío de fuerzas: se enfrentan a nuevas demandas, controles y restricciones. Estas constricciones constituyen un espacio de regulaciones en el cual están estimulados a la acción y la competencia, en un mercado de productores y consumidores con “múltiples requerimientos operacionales” (1999, p. 156-168).

Desde una perspectiva distinta, en la medida que privilegia como punto de partida los procesos socializadores, Bernard Lahire sostiene que la sociología debe aceptar el desafío de sacar a la luz “la producción social del individuo”. Para ello, propone estudiar “lo social en escala individual” porque “responde a una necesidad histórica de pensar lo social en una sociedad fuertemente individualizante”, en un momento en el cual el hombre defenderá su “autenticidad radical”. Se debe mostrar que lo social no se reduce a lo colectivo o a lo general “sino que actúa en los pliegues más singulares de cada individuo” (2005, p.174). Como muestra de este interés y convicción, Lahire estudia “la manera en la cual la escuela contribuye a formar al alumno autónomo” (…) “captando la autonomía como una forma de dependencia histórica específica y a la escuela como el lugar donde se opera el aprendizaje progresivo de esta nueva relación con el poder y el saber” (2005, p.167). 5

Sería justo decir, aunque sea sintéticamente para no desviarnos de nuestro objetivo, que estos deseos de autenticidad y autonomía también son herederos de aquella creación de la modernidad que es el ciudadano. Con una de sus caras apoyada en el individuo y la otra en el bien común, la condición ciudadana fue la génesis de todas las luchas por la igualdad en la diferencia. Es en este sentido que la Declaración de los Derechos del Hombre se constituyó en un estatuto que busca disolver las jerarquías de la tradición e igualar jurídicamente a los individuos por su valor intrínseco. Para Luis Dumont el individuo como valor es la otra y necesaria cara del universalismo humano y por ello se encuentra en permanente tensión con las fuerzas holistas que tienden a su identificación colectiva, en diferentes momentos y lugares de su evolución histórica. Contraponiendo a la India con sociedades europeas occidentales de diferentes épocas, el autor nos muestra el “englobamiento” histórico del individuo por fuerzas holistas como la casta, la clase, la raza y la nación, a los cuales nosotros hoy le podemos agregar el mercado (1985).

En síntesis, para entender ampliamente el significado de las transformaciones históricas del individuo debemos aceptar que ellas no son “particularmente” socioculturales sino que integran un complejo sistema de factores políticos y económicos concernientes a aquello que Elías denomina “el tejido humano”. En ese entramado, el individuo adopta sentidos especiales en cada período y más intensamente y de manera diferente en unos lugares que en otros. Podríamos entonces aceptar que las luchas actuales por la igualdad y el reconocimiento son herederas de aquella historia del individuo como actor político, pero también es verdad que esas y todas sus búsquedas lo encuentran hoy, además, en el mercado con las máscaras de productor y de consumidor y, como señalan Beck y Beck-Gernsheim, sometido a todos los requerimientos operativos que ellas demandan. Desde un punto de vista normativo se podrá decir que es el “precio” que paga por “sus logros”.

En términos de los objetivos que nos hemos propuesto en este trabajo recuperamos las ideas expuestas para comprender de manera más acabada las relaciones entre el individuo como integrante del público de medios y como partícipe de grupos, redes y diversos contextos de interacción interpersonal en los cuales lleva adelante su vida cotidiana. Asumimos que explorando la variedad de puntos de encuentro, de articulaciones temporarias, entre el poder desplegado en el amplio mundo de lo social y los pliegues que el individuo construye en sus identificaciones (Hall, 1996)6, en el transcurso de sus trayectorias comunicativas cotidianas, podremos explicar mejor las implicaciones del consumo de medio en la mediatización de lo social.

5. Las relaciones con los otros, los procesos de identificación y la mediatización de lo social

 En un trabajo anterior, siguiendo la propuesta de Verón (1997), vinculamos la mediatización de los campos de lo social con la constitución de identidades (Grillo, 2010). Nos parece apropiado recurrir a los procesos de identificación como llave de ingreso al estudio de la mediatización de lo social en una sociedad diferenciada (Elías, 1991) o altamente individualizada (Beck y Beck-Gernsheim, 1999), en la medida que nos permite captar los diversos fenómenos de diferenciación social, desde aquellos más generales y más abstractos hasta los más específicos y concretos. Allí donde hay diferenciaciones hay agrupamientos que orientan a los individuos a poner en juego identificaciones que permiten articular las escalas y contextos más distantes a los más cercanos e íntimos (Deux y Martin, 2003). En este sentido, tanto las interacciones mediáticas como las interpersonales ofrecen instancias de identificación en la vida de todos los días.

Lahire propone estudiar las prácticas de consumo cultural modificando el nivel de análisis, llevando la cultura a escala individual y concibiendo al individuo como portador de una pluralidad de disposiciones que se activan en contextos variados de actualización. Considera que la sociología necesita trabajar más cerca de los hallazgos de la psicología para “recolocar estos individuos excesivamente abstractos en una red concreta y determinante de sus relaciones de interdependencia”, con el objetivo de “obtener una imagen un poco más verdadera de lo que son los consumos y las actividades culturales” (2006ª, p. 27).

En un sentido similar y más específicamente vinculado con nuestros intereses, Billig dice:

No (se) debería suponer que los elementos psicológicos de la ideología se constituyen dentro de unas estructuras psíquicas interiores no observables, que están encerradas para siempre dentro de la mente de las personas. Bastante a la inversa: la vida interior está constituida por la actividad exterior de la comunicación (1998, p. 348).

En las investigaciones sobre consumos culturales, recepción de medios, opiniones y actitudes del público o del gusto y sus variaciones observamos el uso de categorías clasificatorias por parte del investigador para organizar sus análisis, construir sus casos y grupos de comparación a partir de las cuales impone cierto orden al material. Por ejemplo, es común clasificar a la población según la edad, el sexo y el lugar de residencia y también por tipo de vivienda, ocupación y nivel educativo como un modo de indicar ubicación o posición en la estructura social. En la vida corriente, estas categorías también “trabajan” como representaciones que orientan las identificaciones en juego en nuestras interacciones sociales. Pero los modos en los cuales ellas se actualizan en prácticas y significaciones son complejos y dependen de contextos y situaciones según el poder relativo de los interactuantes.

Ello ocurre en asociaciones y colectivos, grupos sustantivos, cuyos miembros interactúan cotidianamente y ofrecen escenarios de identificación y diferenciación a los individuos. Estos grupos presentan variados grados de organización e institucionalización y en su seno las categorías pueden transformar o reproducir los sentidos que evocan en un nivel de lo social más amplio. Nos parece necesario aclarar los clivajes y diferencias entre estas formas de diferenciación y agrupamiento social en la medida que muchas veces las categorías construidas por el investigador para identificar relaciones como posición social, edad o sexo tienden a analizarse como si fueran asociaciones sustantivas y cuando ello ocurre, cuando se confunden con las clasificaciones que interpelan sustantivamente a los actores sociales, pierden su valor heurístico.

Cuando Bourdieu propone estudiar estilos de vida y trayectorias de clase sin abandonar la clásica categoría de clase nos advierte sobre este problema. Insta a no realizar lecturas “realistas” y “confundir las clases con grupos reales”, aunque manifiesta comprender la confusión porque “las afinidades de habitus vividas como simpatía o antipatías están en el principio de todas las formas de aceptación, amistades, amores, casamientos, asociaciones, etcétera; de todas las uniones durables y a veces jurídicamente sancionadas”. Además, porque las personas que comparten posiciones semejantes en el espacio social “tienen todas las posibilidades” de compartir posiciones semejantes y producir prácticas semejantes, debido a las condiciones y los condicionamientos compartidos (2007, p. 97-8). En este punto quisiéramos plantear un necesario recaudo teórico metodológico que se torna altamente significativo para sostener nuestra perspectiva de análisis: “tener todas las posibilidades” significa una relación posible, no determinante ni independiente de la situación de interacción. Pensamos que podremos encontrar mejores explicaciones de los consumos culturales en general y del papel de los medios en la vida social vinculando generalizaciones como la propuesta por Bourdieu, acerca de las afinidades intraclases actuando como líneas de fuerzas en espacios geométricos, con las excepciones y variaciones que se asientan en contextos particulares de actuación del poder clasificatorio. Los estudios de consumo de medios muestran asociaciones intra categorías e inter-categoriales entre clase, género, edad y otras clasificaciones que identifican y son fuente de identificación de los actores sociales. Pero también muestran excepciones, fracturas y trayectos dispares. Al estudiar la dimensión identificatoria que moviliza el consumo de medios observamos que es difícil separar esta práctica de relaciones sociales -como las de parentesco, de amistad, de afinidades políticas, etcétera- mantenidas en espacios localizados en los cuales los individuos llevan adelante relaciones interpersonales de orden, jerarquía y grado diversos de intimidad (Grillo, 1998, 2000, 2007) 7. En estos ámbitos de interacción aquellas categorías clasificatorias pueden disolverse, intensificarse o transformarse. En otras palabras, podríamos decir que en los escenarios donde transcurren las relaciones interpersonales las interpelaciones identitarias son de otro orden. Son estructuras de relaciones e interdependencias mutuas, localizadas y jerarquizadas sobre poderes establecidos, situadas y construidas históricamente, más o menos institucionalizadas y vinculadas de maneras variadas con las categorías clasificatorias de lo social.

La concepción dual de la construcción identitaria propuesta por Paul Ricoeur nos permite comprender mejor el problema que nos ocupa en la medida que adjudica a la identidad dos dimensiones. Aclara el sentido que estamos tratando de darle al proceso del que venimos hablando, percibido autogenerador a nivel individual y sin embargo anclado en el poder social diferenciador. Ricoeur (1996) distingue entre la mismidad y la ipseidad como dos polos entre los que transitan las identificaciones. La mismidad alude a qué soy, es la parte objetiva –simplificando: reglada socialmente- de la identidad. Por su parte, la ipseidad recorta las respuestas que nos damos a la pregunta “quién soy”, es irreductible al qué y está vinculada específicamente a procesos vitales dinámicos experimentados de manera singular. Por ejemplo, a procesos de diferenciación y oposición con los otros pero también de adhesión hacia y de imitación de ellos. El primer aspecto, el de la mismidad, remite primordialmente a las categorías sociales, esas clasificaciones y sus rangos por lo cuales la sociedad –“todos nosotros”- identifica a sus miembros (edad-sexo-género, etnia, clase). La ipseidad, en tanto, es asociable a nuestros modos de interactuar, agruparnos y relacionarnos cotidianamente con los otros. Se constituye y exhibe en “campos de batallas” de las emergencias identitarias, donde se ponen a prueba las prácticas que Foucault denomina “de cuidado y conservación de sí” 8 y Goffman (1971), como ya dijimos, considera que es allí “donde está la acción”, en la medida que son zonas de riesgo del carácter. En síntesis, son situaciones y escenarios en los cuales en la interacción con los otros se pone en juego la propia representación del self. Aquello que siendo irreductible a las categorías de adscripción social y sin embargo en articulación con ellas expresa nuestro modo de ponerlas en prácticas, negarlas, ocultarlas, expresarlas, exhibirlas, etcétera. Son los espacios de las tácticas y estrategias de las subjetivaciones identitarias de los individuos dando vida a lo social que, a su vez, las instituye.

6. Conclusiones preliminares

 Asumimos que el individuo es producido socialmente y hoy lo es como un actor singular y autónomo, según aparece en las prácticas dominantes de la escuela, los medios, la justicia y cuanto ámbito de lo social observemos. Es por ello que, en algunas circunstancias, una diversidad de configuraciones de relaciones de interdependencia puede producir sentimientos de singularidad y de autonomía aún en situaciones de condicionamiento y subordinación.

Para estudiar cómo se posiciona frente a los más diversos problemas que lo interpelan no basta con observar sus interacciones con el entorno constituido por los medios de comunicación, las instituciones y todos los dispositivos del poder clasificatorio que instituye lo social. Pensamos que en ese marco el estudio del papel de los medios en los posicionamientos de los actores sociales pierde potencial explicativo si desconoce sus articulaciones con las relaciones interpersonales y el poder de interpelación/sujeción que en ellas también se juega. Estas secuencias demandan un alto nivel de definiciones identitarias que no pueden evadirse en la vida cotidiana y, por lo tanto, debieran ser recuperadas cuando estudiamos sentidos y prácticas que asumen los actores sociales y las relacionamos con el uso y consumo de los medios. Especialmente, porque del resultado de nuestras interpretaciones surgen o se sugieren explicaciones de otras prácticas y sentidos que exceden el propio y limitado ámbito de la interacción mediática y se realizan en escenarios en los cuales sólo encontramos relaciones y vínculos interpersonales. Es en estos espacios donde las identificaciones se traducen en prácticas de compromiso y acción hacia y con los otros y, en particular, debieran interesarnos en la medida que son estos procesos los que conducen y definen la organización y acción colectiva.

Referencias

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  • PIZZORNO, Sergio. Foucault y la concepción liberal del individuo. En Michael Foucault filósofo. Barcelona : Gedisa, 1990, p. 198-206
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  • THOMPSON, John B. Los media y la modernidad. Una teoría de los medios de comunicación. Bs. As.: Paidós, 1998.
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1 Revista ALAIC. Año 2011.Pp.40-50.

2 Entre estas investigaciones realizadas desde el año 1994 hasta la actualidad destacamos por su directa relación con el tema que aquí tratamos: “Regionalización, medios de comunicación e identidades locales”; “Espacios de interacción mediática, procesos de identificación y participación ciudadana”; “Mediatización de prácticas políticas y espacios informativos locales”; “La participación del público en televisión. El público en las noticias nacionales y locales”, subsidiados en Argentina por ANPCYT/FONCYT; CONICET; Agencia Córdoba Ciencia y SECYT/UNRC. Realizamos, además, sucesivos estudios cuantitativos de audiencias en la ciudad de Río Cuarto. Esta ciudad está ubicada al sur de la provincia de Córdoba –Argentina-. Según una proyección del censo nacional del año 2010 del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos tiene 163.885 mil habitantes. Sus actividades económicas primordiales son el comercio y los servicios que presta a una región eminentemente agrícola-ganadera. Sus medios más importantes son un canal de televisión abierto, un diario, una emisora radial AM y más de veinte emisoras FM.

3 Indudablemente un campo de investigación que es necesario ampliar y profundizar es el referido al modo en el que se integran a los otros tipos de interacción las redes virtuales, cuestión que en este trabajo sólo se sugiere. Creemos que los avances en este sentido redundarán en el mejoramiento de la comprensión de la comunicación como proceso integrado de interacciones con el entorno.

4 La cursiva está en el original. Estos autores, en especial Lazarsfeld, fueron olvidados y muchas veces intencionalmente descartados como fuente de consulta y orientación, en la medida que se los identifica con la escuela funcionalista y su visión de una sociedad carente de conflictos. Maigret sostiene que estas críticas “sólo se justifican parcialmente” porque si Lazarsfeld se oponía a los críticos de los medios era porque los consideraba parte de una elite “superada por la democratización, pero veía la crítica como un elemento indispensable en una sociedad perpetuamente trabajada por la contradicción” (2005:138). En este sentido, Bourdieu ofrece una caricaturesca y amena visión de la relación opositiva entre Lazarsfeld y Adorno (1999:522).

5 Asociamos este requerimiento social de autonomía que se hace al individuo con la paradoja comunicativa que establece la orden “se espontáneo” de la cual nos habla Bateson (1965). Tal como venimos tratando el problema de la individualización, la orden “se autónomo” puede interpretarse como “asume tus sujeciones”.

6 Seguimos a Hall en la conceptualización de la identidad acentuando su carácter contingente, siempre en proceso, por lo cual adquiere el carácter de identificaciones no carentes de conflictos y contradicciones. (1996).

7 En estos trabajos damos cuenta de las redes y conexiones interpersonales en las cuales se asientan secuencias informativas producidas por los medios; también, de aquellas que se originan por la propia puesta en el escenario mediático de vecinos y ciudadanos comunes. Hemos presentado un avance de esta idea, en la que proponemos una tipología de estos procesos, en el III Coloquio Binacional Argentina- Brasil de investigadores de la comunicación realizado en Recife, en el mes de setiembre (2011), titulado “Los medios y las redes interpersonales. Sesenta años después de Lazarsfeld”.

8 Se sugiere ver Pizzorno cuando analiza los vínculos entre las relaciones interpersonales y la subjetivación en Foucault (1990, p.201)

 

La importancia de la definición del campo observacional en las investigaciones sociales: los casos críticos de los estudios de la comunicación y la cultura.

Introducción1

El problema que abordaré demanda la aclaración inicial de algunos supuestos críticos desde los cuales parto: hay una realidad social cuya existencia independe de que sea pensada, imaginada o evaluada, su conocimiento empírico es posible e importante y en la investigación científica siempre tratamos de superar, de la manera que consideramos mejor entre las posibles, la complicada relación referencial de los conceptos con lo observable. Muchos autores en la actualidad hacen aclaraciones de este tenor antes de explayarse sobre cuestiones metodológicas y supongo que es así, como es mi caso, porque este posicionamiento intenta dejar en suspenso, sin considerarlas irrelevantes, discusiones epistemológicas que pueden ser retomadas en contextos a ellas asignados. Si acordamos en la estrategia que propongo, aún cuando no lo hagamos en los supuestos, podemos avanzar sin someternos una vez más –o, por esta vez- a la discusión de fundamentos.

Hay una asunción canónica en la metodología de la investigación en ciencias sociales acerca de la necesidad de delimitar con precisión las unidades de observación. El requerimiento se sustenta en diversas cuestiones entre las cuales tres me parecen relevantes: debe existir correspondencia entre las unidades de referencia implicadas en nuestros constructos teóricos y el campo observacional que será objeto de interés una vez que estemos en el terreno (en otras palabras: debemos delimitar como observable aquello a lo cual intentamos aludir con nuestros conceptos); es necesario circunscribir los límites del espacio dentro del cual se tratan de controlar o integrar – según la estrategia metodológica que sigamos- los factores y propiedades relevantes del problema y, por último, debe ser posible la reproducción de la unidad para la comparación, tanto para ser retomada en sucesivas etapas como para facilitar la replicación del estudio.

El requerimiento de delimitar el campo observacional no impide que en el desarrollo de nuestro trabajo podamos variarlo. En el transcurso de la investigación nuestro foco de observación puede ampliarse o restringirse pero eso ocurrirá si nuestros conceptos reducen o aumentan su nivel de abstracción. Como en la mayoría de las demandas que orientan el buen proceder metodológico, el problema no reside en cambiar de estrategia sino en hacerlo sin el debido control lógico-teórico.

Después de tratar de fundamentar la necesidad de mantener este criterio de especificación observacional expondré las dificultades que se originan cuando ello no ocurre. En la última parte, plantearé las limitaciones que exhiben los resultados de las investigaciones referidas a problemas de los campos de la comunicación y la cultura, en la medida que generalmente delimitan como unidad a individuos y como técnica a versiones de la entrevista cuando las teorías que iluminan ambos campos de problemas se organizan conceptualmente sobre la interacción, el intercambio y otros procesos sociales que se dan en el tiempo.

El problema

Tengo la impresión que tanto en nuestras clases de metodología como en los manuales corrientes de la disciplina prestamos suficiente atención a las construcción del problema de investigación, a la relevancia de la conceptualización de sus términos centrales y al modo según la cual esa forma de construir nuestros conceptos expresa nuestra posición teórica, pero no ocurre lo mismo con la enseñanza de los recaudos que debiéramos tomar para que esa mirada se traduzca adecuadamente en la delimitación de nuestro campo observacional.

Aldrige y Levine sostienen :

“Una cuestión a menudo soslayada en los textos metodológicos, a la que siempre debe prestarse atención, especialmente en lo que se refiere a la encuesta descriptiva, es la de la definición de la población de interés. Si un proyecto de investigación empieza con el contraste de una hipótesis teórica o incluso, más modestamente con la aplicación y exploración de conceptos teóricos, entonces es necesario tomar en consideración qué clases y poblaciones de interés son relevantes para esas hipótesis o conceptos concretos. Para asegurar la adecuada exploración de una teoría, la población de interés empírico seleccionada por el investigador debe estar incluida en la población teórica, el dominio normalmente infinito de poblaciones empíricas a la que se aplica cualquier teoría general. Esta es una consideración esencialmente conceptual de la que hay que ocuparse en la etapa del diseño de la investigación.” (2003:89)

Por su parte, en un interesante capítulo sobre la construcción de conceptos científicos Borsotti reafirma la relación que existe entre los procesos de la construcción teórica y el de su vinculación con lo que se observa diciendo que “si bien pueden distinguirse analíticamente, epistemológicamente están intrínsecamente vinculados, ya que los observables (indicadores) deben reemplazar válidamente a los no observables (conceptos)” (2007:83) y finaliza esta argumentación como sigue: “La forma en la que se construyen conceptos están relacionadas con la ontología y con la teoría del conocimiento de las cuales se parte” (2007:90).

Puede ocurrir que la necesidad de vincular lo observable con lo no observable se delegue sólo en la operacionalización, por su objetivo de delimitar una relación clara y especifica entre conceptos y campo empírico de interés, y se considere que no es una exigencia razonable para otros modos de trabajar con los conceptos en la investigación social. No obstante, en la investigación empírica, es decir cuando sostenemos nuestras argumentaciones con observaciones realizadas en el campo, siempre comprometemos la pertinencia ontológica de la posición teórica que ponemos en juego y que demandamos se nos reconozca. Si es verdad que la forma de conceptualizar nos posiciona teóricamente, ese compromiso queda anulado si cuando circunscribimos nuestro campo de observación lo hacemos sin tener en cuenta la ontología que el mismo implica. Para decirlo simplemente: la vinculación consistente entre lo conceptual y lo observable es un requisito de cualquier investigación empírica.

Concordamos con Borsotti cuando sostiene que “en las ciencias sociales empíricas, todos los conceptos tienen una relación problemática con la empiria” (2007:87). Es esto lo que nos ha llevado repetidamente a evaluar críticamente algunos modos poco problematizados de operacionalizar sin justificar, alertar o discutir la reducción que esta estrategia conlleva. Pero este razonamiento no debería orientarnos a reemplazar la operacionalización por un modo de usar los conceptos libremente, es decir despreocupándonos de la dimensión referencial necesariamente implicada por ellos, o espontáneamente -podríamos decir- dejando librado a la imaginación creadora de los colegas y el público el modo de identificar la realidad social a la que aludimos.

Decir con respecto a cuáles situaciones, hechos, circunstancias o interacciones estamos precisamente hablando es especialmente relevante en la investigación cualitativa. En particular, porque en esta orientación metodológica el muestreo o los casos a seleccionar se rigen por el principio de relevancia teórica (Strauss y Corbin, 2002). En consecuencia, después de decidir el problema y ante cada nuevo caso a incluir en nuestras observaciones, en las interpretaciones que hacemos de ellos debemos identificar “contextos, casos y fechas”, evaluando la pertinencia de la variación y la tipicidad de cada referencia que realicemos a lo observado (Valles, 1997).

Encontramos dos problemas recurrentes en el modo de vincular los conceptos con la empiria:

  1. demarcar una unidad, un caso o un campo observacional no consistente con los conceptos teóricos comprometidos en la construcción de nuestro problema de investigación y
  2. no especificar, o hacerlo escasamente, las vinculaciones entre nuestros resultados y las afirmaciones que de ellos derivamos con los alcances del campo observacional referido, sus condiciones y sus posibles cambios y transformaciones.

Dado que es un requisito generalmente asumido que en nuestros proyectos de investigación debemos explicitar adecuadamente la muestra, los casos o el corpus donde realizaremos nuestras observaciones, puede ocurrir que no sea en esta instancia donde ocurra el problema sino cuando se presentan resultados de investigaciones en informes, ponencias y artículos. Es decir, cuando damos cuenta de nuestros hallazgos e interpretaciones; justamente, en la instancia en la cual aquella información que relevamos en el campo muestra los alcances y límites de nuestras sospechas o conclusiones. En estos casos, aún cuando hayamos trabajado en el campo según las conceptualizaciones que orientaron el proyecto, invalidamos nuestro propio trabajo en la construcción del informe.

Hay disciplinas bastante convencionalizadas con respecto a los vínculos de sus conceptos centrales y el modo de abordarlos en el trabajo de campo. A veces excesivamente, cuando, por ejemplo, para la mayoría de los conceptos sobre los cuales se investiga empíricamente existen escalas de medición standarizadas que se siguen rutinariamente. No me parece el estado óptimo del problema. Considero que el investigador debe mantener espacios de libertad para poder actuar creativamente; los conceptos deberían tener un grado de maleabilidad suficiente como para permitir el crecimiento y el desarrollo de las teorías, especialmente aquellas que están en ciernes. Pero aquí, obviamente, me estoy refiriendo al problema opuesto: a la ambigüedad, la vaguedad o la nula vinculación que algunos conceptos que se trabajan en la investigación empírica tienen con la delimitación de lo observable en el trabajo de campo, específicamente en un amplio campo de producción académica que se ubica en los estudios de la comunicación y la cultura.

La comunicación y la cultura como objetos de estudio: una discusión conceptual siempre necesaria

Con el fin de no prolongar la presentación de la idea central que quiero desarrollar, afirmaré inicialmente y trataré de argumentar aunque sea sintéticamente, que la comunicación y la cultura son fenómenos de la vida social profundamente emparentados. Ambos fenómenos han sido y son muy discutidos desde diferentes perspectivas de análisis. Arriesgo a decir que la cultura sufre de sobre-conceptualización y la comunicación de sub-conceptualización. Es fácil imaginar, entonces, que la desbordante producción que ha habido en los últimos años sobre la cultura y lo cultural haya terminado absorbiendo y vampirizando a la ya de por sí escuálida teorización que el campo de la comunicación mostró, después de la caída del muro que la teoría de la información imponía a su desarrollo. A pesar de este escenario, algunas pistas podemos seguir para orientarnos hacia un modo de ver a la comunicación y a la cultura como dimensiones diferenciadas de la vida social.

Un autor que ha marcado todas las concepciones actuales de la cultura es Clifford Geertz. Generalmente se define como semiótica a la concepción que Geertz construye de la cultura, y esto ha llevado a quienes asimilan la comunicación a la semiótica a tomar como análogas a la comunicación, la semiótica y la cultura. Pero, para entender los alcances empíricos que el propio autor le otorga a su mirada debemos reconstruir su fundamentación.  Geertz parte diciendo que hay que abandonar el modo de ver la cultura a través de “complejos de esquemas concretos de conducta -costumbres, usanzas, tradiciones, conjuntos de hábitos- “ para comenzar a identificarla con “mecanismos de control –planes, recetas, fórmulas, reglas, instrucciones (lo que los ingenieros de computación llaman “programas” que gobiernan la conducta” (…) “que están fuera” de “la piel” y que el hombre necesita “para ordenar su conducta” (1995 : 51). Sigue diciendo que esta concepción de la cultura como “mecanismo de control” parte del supuesto de que “el pensamiento humano es fundamentalmente social y público, de que su lugar natural es el patio de la casa, la plaza del mercado y la plaza de la ciudad. El pensar no ocurre en la cabeza”. A continuación, afirma Geertz, evocando la circulación del sentido pero no el sentido que circula; es “un tráfico de lo que G.H. Mead y otros han llamado símbolos significantes –en su mayor parte palabras, pero también gestos ademanes, dibujos, sonidos musicales, artificios mecánicos, como relojes, u objetos naturales como joyas”. Y, se explaya en esta idea implicando aquello que en la comunicación identificamos como codificación/simbolización, de la siguiente manera: “cualquier cosa, en verdad, que esté desembarazada de su mera actualidad y sea usada para imponer significación a la experiencia” (1995: 52). Termina su argumento central diciendo que la conducta del hombre sería “ingobernable”, “un puro caos”, “virtualmente amorfa” (…) “si no estuviera dirigida por estructuras culturales –por sistemas organizados de símbolos significativos-“ (…). “La cultura, la totalidad acumulada de esos esquemas o estructuras, no es sólo un ornamento de la existencia humana, sino que es una condición esencial de ella.” (1995: 52) Entiendo que identificar a los sistemas de símbolos con un mecanismo de control pone el acento en lo medular de la cultura como proceso adherido a lo social. Por ello, la cultura integra las condiciones históricas y sus mecanismos se estructuran alrededor de sedimentos de poderes de diversa índole. Quiero decir con esto que estructura, control y poder son términos que diseminan entre sí, pero que desde el punto de vista geertzeano definen la estructuración simbólica de la cultura. En otras palabras, la cultura es comprensible a partir de sus componentes simbólicos, los cuales se tornan significativos por su estructuración, que, a su vez, siempre evoca poder el cual sólo se despliega en condiciones históricas precisas.

A mi entender, son estas implicancias conceptuales -fácilmente comprensibles desde la antropología- las que facilitan a Jhon B. Thompson intervenir -desde una mirada sociológica sobre la cultura- la concepción simbólica de Geertz sin producir un quiebre conceptual sino redundando sobre ella. Este autor dice re-enmarcar la definición de Geertz en “relación con contextos y procesos históricamente específicos y socialmente estructurados” que permiten la producción, transmisión y recepción de formas simbólicas (1990:135). Desde el punto de vista antropológico de la cultura no hay cultura y contextos históricos o sociales. Por definición, desde los estudios de la antropología estructural, en todas sus variantes, la cultura siempre es estructurada e integra en sí lo situacional o contextual. 2

Pero, el aporte más interesante de Thompson es cuando comienza a definir qué quiere decir estructurado. Para ello y a los fines de este trabajo quisiera detenerme en la discusión que plantea sobre aquello que precisamente es estructurado en la cultura desde una perspectiva simbólica. Dirá que hay dos instancias de estructuración: la de las formas simbólicas, por un lado, y la del sistema en el cual ellas se actualizan, por el otro.

Thompson propone estudiar este último a partir de la propuesta de Bourdieu (2000, 2007, 2005). En particular su perspectiva relacional y su análisis de los espacios de interacción, lo cuales pueden ser abordados sincrónicamente como un lugar de intersecciones y diacrónicamente como un conjunto de trayectorias donde se juegan reglas y con ellas el poder que, en un sentido weberiano, tanto inhibe como posibilita. Introduce, de esta manera, a un autor que desde la sociología ha pensado lo simbólico como eje de los procesos de estructuración social. Este intento de Thompson coloca algunas balizas orientadores para pensar lo cultural y lo comunicativo de manera articulada a lo social, visto como entramado de posiciones, relaciones e interacciones en el cual los intercambios simbólicos adquieren sentido.

En este marco, qué papel juega la comunicación? Retomaremos a un autor que, como ya expusimos en otros trabajos (Grillo, M. 2007, 2008), conceptualiza la comunicación con claridad y productividad para la investigación empírica: Andrew Tudor (1974). Tudor afirma que la comunicación es un proceso social en el que se puede observar una estructura microscópica, en la que incluye emisor y receptor y una macroscópica, integrada por la cultura y la estructura social. Esta estructura social exterior bien puede asimilarse a “la estructura del sistema más complejo”, a la que alude Thompson, en cuyo marco la estructuración de la interacción adquiere sentido y, en consecuencia, puede interpretarse desde la propuesta teórica de Bourdieu. Para delinear con propiedad la diferencia que hay entre la interacción, como condición sine qua non de la comunicación y la estructura como sistema de reglas que la organizan, por un lado, y la estructura del campo como sistema más amplio en el cual aquella interacción – en la que se integran sus componentes relacionales y referenciales- adquiere sentido, por el otro, es útil recurrir al Bourdieu de espacio social y campo simbólico. Específicamente, cuando dice que no debemos olvidarnos que “la verdad de la interacción no está nunca toda entera en la interacción tal como ella se ofrece a la observación” (2007:130). En palabras de Tudor, podríamos decir que hay una estructura social exterior a la situación de interacción observada que es un sistema más amplio que regula tanto sus posibilidades como sus limitaciones. Para este autor la comunicación es un proceso de interacción significativa que se da en una situación social “parcialmente dada”. Dicho de otra manera, pero en sus propias palabras, considera que “la comunicación es interacción y que la interacción está invariablemente incrustada en una situación social parcialmente objetivada” (1974 : 20). “Parcialmente dada”, “parcialmente objetivada”, dice Tudor cuando se refiere a la situación de interacción definiendo la comunicación, “no está toda entera”, dice Bourdieu cuando se refiere a la interacción en el espacio social. Una mirada de la comunicación que tienda al interaccionismo, dirá que la situación social está más en manos de la interacción que de la estructura social, una visión más estructuralista dirá que es esta última la que regula su estructuración.

Lo cierto es que más o menos determinada por la estructura social, la comunicación remite a los procesos de interacción en los cuales se produce, reproduce y transforma esa matriz simbólica que es la cultura 3. La dimensión social del proceso bien se puede comprender, si seguimos a Bourdieu, a partir de la observación y análisis de la estructuración del campo en el que el mismo ocurre y se desarrolla.

Pero, adonde realmente quiero llegar en este trabajo sobre las unidades de la investigación empírica en los estudios sociales es que comunicación, cultura y campo social son entonces dimensiones de análisis, estrategias analíticas a partir de las cuales podemos investigar fenómenos comunes a diversas disciplinas sociales; son construcciones teórico-metodológicas que definen ángulos desde cuyos vértices se posiciona la mirada. Si, como dice Geertz, la cultura es pública y se “observa en la plaza o el mercado”, nosotros decimos que cualquier fenómeno social se puede estudiar en estos u otros lugares, tanto desde lo social, lo comunicacional como lo cultural. Empíricamente estas dimensiones son observables en la interacción como estructura social elemental, aunque ella no sea una reducción de la estructuración del sistema más amplio en el marco del cual adquiere sentido sino sólo un espacio en el cual se exhiben pasos y estrategias de su constitución o reproducción cotidiana. La repetida inclinación a estudiar exclusivamente el discurso individual, y me refiero a aquellos trabajos que recurren única o primordialmente a entrevistas, parece problemático en los casos de la comunicación y la cultura porque implica una segunda reducción: de la interacción observable al individuo. Los procesos de interacción e intercambio que se pueden observar en innumerables situaciones tienen a su favor que son accesibles empíricamente y permiten reconstruir           más apropiadamente      formas, reglas y estilos que suelen ser determinantes para la interpretación de los componentes interactivos de la comunicación; por ejemplo, las relaciones que las enmarcan, entre ellas las del poder situacional y estructural de las posiciones que asumen los interactuantes en la producción del sentido.

Las dos caras del individuo: como informante de sí y del proceso del cual participa. Como este tema es seguidamente discutido lo expondré con algunas imágenes espaciales que tienen el poder de sintetizarlo. El individuo en sí puede significar “el todo” pero para “arriba” o “hacia delante” es empíricamente poco significativo si el problema que nos ocupa implica estructuras, relaciones o interacciones. Lo sabemos: cualquier todo no es igual a la suma de las partes. Por eso, aún cuando los individuos suelen percibir que participan con grados variados de autonomía, nos interesan instituciones, campos, espacios de interacción, ámbitos estructurados que se orientan en el tiempo pertinazmente. Dicho de otro modo: Weber ganó la discusión sobre el poder, en tanto imposición de la voluntad en una relación frente a toda resistencia, pero perdió cuando afirmó que sólo las personas individuales “pueden ser sujetos de una acción orientada por su sentido” (2002: 12). Mantengo la sospecha que deberíamos reflexionar más sobre lo que esta aparente contradicción significa para la teoría social con respecto a las discusiones sobre el poder de la agencia y las agencias del poder.

En los estudios de la comunicación masiva, cuando vemos a los integrantes del público de los medios “desde” los medios los identificamos desde afuera como recipientes, de la ideología, del sistema, de fuerzas sociales o culturales, en fin, sujetos pacientes de algo que los excede; cuando los vemos desde la recepción o el consumo los interpretamos desde adentro, desde ellos; vemos cómo producen, como modifican y resisten. Sin embargo, tanto la teoría de la aguja hipodérmica y la de usos y gratificaciones –enfoquen que sostendrían uno u otro de estos resultados- ya casi no se retoman en ningún trabajo y, si alguien lo hace, es fuertemente discutido. Algo está indicando está continua y prolongada duplicidad.

Como se ha dicho repetidamente, es verdad que durante mucho tiempo en las ciencias sociales estuvimos encerrados entre las explicaciones de los fenómenos sociales desde una mirada en la cual los hombres actuaban como ventrílocuos de un lenguaje, o títeres de un sistema social o de la historia o, en caso contrario, eran sus creadores libres y voluntarios. Sospecho que aún cuando teóricamente nos hemos liberado de esas oposiciones, todavía no lo hicimos totalmente en la investigación empírica cuando aplicamos nuestras técnicas de recolección de datos y cuando analizamos e interpretamos lo que hemos relevado. Creo que entre nuestra toma de posición teórica y el trabajo con nuestras técnicas de recolección y análisis se producen solapamientos y quiebres que irrumpen desde aquellas dicotomías y que nos cuesta desvendar. Entre estas dificultades encuentro la que tenemos para identificar con claridad el valor, mérito o eficacia, de la palabra del entrevistado como dato, hecho o información.

Una vez más, retomo la pregunta de siempre ¿son los individuos informantes eficaces para conocer la realidad social que nos interesa cuando lo que nos interesa son sus dimensiones comunicativas, las cuales son observables en el proceso interactivo entre emisores-receptores o productores-consumidores como unidad mínima donde circula socialmente el sentido, o la cultura, en tanto sentido producido y reproducido en esas interacciones?. Si decimos que sí¿con respecto a qué cuestiones la palabra del entrevistado es pertinente? Cuáles son los alcances y límites de su palabra como recurso para la interpretación?.

Una primera respuesta podría ser la que dio Bourdieu, para quien en el escrito en el que informamos sobre nuestras entrevistas debemos restituir al entrevistado “su razón de ser” permitiendo al lector “situarse en el espacio social” en el cual son tomadas las impresiones del entrevistado acerca de ese espacio, ese lugar en el cual “sus palabras devienen evidentes y necesarias”. (1993: 903-925) Este entrevistado representa un lugar en un espacio social estructurado y estructurante al cual debemos transformar en nuestra interpretación en un sujeto objetivado.

Otra respuesta es la que da la fenomenología cuando adopta una psicología de la intencionalidad o recupera la esencialidad de la experiencia vivida. En estos casos el entrevistado al describir su mundo describe un mundo posible de imaginar al investigador quien debiera ser capaz de evocar este mundo en sus lectores.

También, desde teorías que recuperan el legado de Witgenstein, puede ser un jugador que sigue las reglas de un juego al que nosotros como investigadores debemos recuperar escenificando su actuación para que el lector comprenda la obra o el juego o acceda a las reglas del juego a partir del relato de sus actuaciones.

Pero, ya sea el individuo un integrante de un espacio social, artífice de un mundo posible, jugador de un juego o actor de una obra de teatro en la interpretación el investigador debe reconstruir ese campo más amplio desde el cual hablamos con nuestros entrevistados para conocer más sobre la dimensión comunicativa o cultural desde la cual miramos ese fenómeno social que nos interesa. No puede ser ni un discurso individual que refracta-refleja o representa el fenómeno cultural o comunicativo, en la medida que si la interacción microscópica no es una reducción del sistema más amplio en la que adquiere sentido, el individuo tampoco lo es del espacio interactivo del cual participa. En otras palabras, su palabra es la de un interactuante en un espacio de relaciones, un usuario de reglas o un actor que ocupa papeles en escenarios sociales.

Desde otro punto de vista, no puede ser la expresión de las condiciones determinantes del espacio de interacción estudiado, porque si así lo fuera no tendría sentido indagarlo, ni la causa motora, sea meramente intencional o intencional-racional, de las reglas que regulan la vida social porque de ser así, la comunicación o la cultura no se ofrecerían al estudio en la interacción o el intercambio social.

Codificar- decodificar: el individuo como informante intencional de interacciones, reglas y relaciones en la comunicación

Cuando Jhon B. Thompson se pregunta acerca del alcance de la intencionalidad en la construcción de las formas simbólicas sostiene que lo único que podemos decir se reduce a “los términos de lo que el productor entiende o significa”. A esto le hace dos observaciones: la primera es que la constitución de objetos como formas simbólicas –que es su constitución como “fenómenos significativos”- presupone que ellos fueron producidos, construidos o empleados por un sujeto capaz de actuar intencionalmente;                     no es lo mismo decir, sin embargo, que este sujeto produjo este objeto intencionalmente, o que este objeto es lo que este sujeto entendió producir. Podemos decir simplemente que este objeto fue producido por un sujeto acerca de quien podemos decir que, ocasionalmente, dice hacerlo intencionalmente. La segunda observación es que el significado de las formas simbólicas o de los elementos constitutivos de las formas simbólicas, no es necesariamente idéntico a lo que los sujetos productores entendieron-significaron cuando produjeron la forma simbólica. Thompson nos recuerda que este problema está presente en la vida cotidiana cuando nos indignamos frente a alguna interpretación de algo que hemos expresado diciendo: “No se lo que usted entendió pero eso no es lo que yo dije”. Así, termina diciendo, “el significado de las formas simbólicas o de los elementos constitutivos de una forma simbólica es un fenómeno complejo que depende y es determinado por una variedad de factores. Aquello que un sujeto-productor entiende o significa al producir las formas simbólicas es ciertamente uno (o alguno) de esos factores y quizá, en alguna circunstancia, tenga una importancia crucial. Pero no es el único factor y sería bastante desorientador sugerir las intenciones del sujeto como productor, ellas podrían o deberían ser tomadas como un llamado de atención a la interpretación”. (1990: 139- 139) 4

Especialmente esto es así cuando los individuos refieren a reglas, convenciones, relaciones de variado tipo “que gobiernan la acción y la interacción entre individuos” y de acuerdo a las cuales generalmente se actúa por sentido práctico, integran el conocimiento tácito. El autor sugiere como prueba de ello el hecho de que algunas expresiones de emociones que salen de la norma son fuertemente sancionadas porque se supone que ésta debiera estar naturalizada. En este sentido, es oportuno recordar que para Goffman (1971,1981) la manipulación conciente de las normas referidas al control de las emociones que se han naturalizado son usadas justamente en el manejo de las impresiones por los participantes de la interacción interpersonal. Esta interpretación de Goffman tiende a identificar las reglas del juego de la interacción con el significado de la acción en la medida que el sujeto debe identificar regla y significado para retomarlos intencionalmente en la interacción.

Pero siguiendo con su razonamiento, Thompson insiste en una cuestión que puede ser crucial para ir desenredando el problema de la intencionalidad que, en última instancia, actúa como barómetro de la pertinencia del individuo como informante en los problemas de la interacción significativa. Considera que se debe diferenciar la decodificación de la codificación de las formas simbólicas. Por lo que hemos visto sobre la posición de Thompson con respecto a las reglas de la interacción, en general delegadas a la conciencia práctica, ello nos indicaría que los actores sociales están en condiciones de mayor autonomía cuando reflexionan sobre estas prácticas que cuando las realizan: entonces: ¿cómo podríamos abordar esta práctica de reflexionar sobre las propias prácticas que es el producto de una entrevista? A pesar de ello, no obstante, quizá sea necesario seguir profundizando en esta línea para encontrar una encuadre más productivo del entrevistado como integrante de un proceso comunicativo y a la entrevista como técnica de uso redituable por su aporte a la comprensión del problema que nos preocupa. Lo cierto es que acceder a la significación que los actores sociales otorgan a sus comportamientos implica en el trabajo de interpretación una salida o retirada de su propia significación, a la luz de la reconstrucción del fenómeno que estudiamos desde o a partir de una explicación de la estructuración sistémica desde la cual la estructuración interna de lo simbólico es problematizada. 5

Considero que el problema que estoy planteando no gira sustancialmente alrededor de la discusión de lo que se ha llamado individualismo metodológico. No desecho la información que podamos obtener en una entrevista en cualquiera de sus formas siempre y cuando el uso que demos a los datos que obtenemos de ellas en el análisis tenga los alcances que el individuo como unidad ofrece a la teoría desde la cual estamos planteando nuestro problema de investigación. Es más una cuestión vinculada a la ontología propia de las teorías que explican la dimensión cultural y comunicacional de lo social. Pues, la mayoría de las teorías disponibles sobre comunicación y sobre cultura las conciben como observables en interacciones sociales o en procesos socio-históricos y debemos poder discernir sobre la potencial capacidad del individuo como objeto de observación cuando son las formas simbólicas y las interacciones en las que ellas se intercambian nuestro campo de análisis e interpretación.

El desafío metodológico: esbozo de una propuesta

En los estudios de comunicación hay en los últimos tiempos una repetida demanda de autores importantes del campo para tratar de integrar o articular la producción al consumo o, dicho en otros términos, la emisión a la recepción. Es decir, abrir el campo de observación o de análisis para integrar la compleja configuración que el circuito comunicacional implica cuando se observa en las interacciones sociales del más variado tipo. 6 Considero que debemos esforzar nuestra imaginación metodológica para lograrlo.

Las etnografías fueron propuestas en numerosas oportunidades como estrategia indicada para superar el problema de la fragmentación que se deriva de la realización de entrevistas a los receptores o el análisis de discursos de textos mediáticos. Es lógico que si la cultura como problema ha diseminado su impronta en la mayoría de las ciencias sociales la etnografía surja como la salida estratégica recomendada. Veo varios problemas. Ninguno tiene que ver con la etnografía en sí, como diseño, sino con las posibilidades prácticas de llevarlas adelante productivamente si no cambiamos nuestro modo de ver la configuración compleja de elementos que integran la dimensión comunicativa de las interacciones sociales.

Para finalizar: formularé una propuesta que por el momento sólo puedo esbozar pero que tiende a dar los parámetros para superar este impasse metodológico que observo. Sospecho que nuestra imaginación metodológica debe orientarse al diseño de esquemas, modelos, tipologías y mapas que integren lógicamente la complejidad del proceso interactivo pero con las cuales pudiéramos abordar el campo observacional tal como nuestras conceptualizaciones nos están reclamando. No debería intentar representar el sentido del flujo de los significados que circulan y se intercambian, para no repetir una vez más el problema que presentaba la teoría de la información. Debería proponer formas variadas de probables modos de articulación entre tipos/ clases de emisores, pautas de organización de la diversidad de canales disponibles, modos de distribución/integración de receptores/ públicos/audiencias, nivel y clase de estructuración de las reglas que regulan los intercambios, facilidades o dificultades de la circulación del sentido que se intercambia, entre otros factores que nuestras teorías nos indican como relevantes. No pretendo indicar taxativamente todos los factores, ni indicar la relevancia jerarquizada entre ellos. No obstante, sugiero que no pueden estar ausentes aquellos que desde nuestra perspectiva sobre la comunicación consideremos más relevantes y pertinentes de los procesos de producción, transmisión, recepción/consumo y circulación en cuya integración se observa la interacción significativa de los actores sociales, es decir la dimensión comunicativa de la vida social. Con esta enumeración estoy tratando de colocar el problema de modo tal que pueda ser estudiado en el nivel de las interacciones sociales observables7, siempre teniendo en cuenta que en nuestras investigaciones debiéramos resistir la tentación de sustancializar a alguno o algunos de los elementos del proceso, sean ellos los individuos, los medios o los discursos, para no volver a disgregar lo que conceptualmente con esfuerzo logremos conectar e integrar.

Referencias

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1 Una síntesis de este artículo fue presentada como ponencia en el congreso Latinoamericano de Metodología de la investigación social realizado en la Universidad Nacional de la Plata (Argentina) del 7 al 9 de diciembre del año 2008

2 Sobre las consecuencias conceptuales de las “correcciones” que al estructuralismo pretenden hacer desde el situacionismo o contextualismo: ver Bourdieu, P. (2007:86) Nota al pié 1. Nos parece oportuno corregir la propuesta de Thompson desde Bourdieu siendo que el propio Thompson recurre inmediatamente a este autor para continuar su argumentación. En otras palabras, no estaríamos violentando la posición teórica de Thompson sino, meramente, a sus correcciones de una concepción de cultura ampliamente aceptada en antropología. Por una propuesta de revisión de este modo tradicional de ver la cultura desde la antropología ver Abu Lughod, L. (1999: 110-135), aunque tampoco desde esta perspectiva se puede separar analíticamente la cultura del contexto, sea histórico o situacional.

3 Un modo de aclarar las diferencias entre las dimensiones culturales y las comunicativas de la vida social es intercambiarlas alternativamente como adjetivos una de otra: así, lo que denominamos comunicación intercultural son modos o estrategias que se siguen para que diversas culturas, o grupos pertenecientes a ellas, interactúen entre sí. La comunicación transcultural en general es abordada describiendo el modo seguido por sus estrategas para abrir caminos al poder de circulación. El concepto de cultura comunicativa indica, por su lado, los modos propios de interactuar significativamente en las diversas culturas. Entrarían en este terreno de análisis los estilos que asumen los mismos géneros en sociedades nacionales diversas: el cine policial francés comparado con el americano, por ejemplo; las telenovelas argentinas comparadas con las brasileñas o las mexicanas; los géneros humorísticos viabilizados por los más diversos soportes en diferentes culturas. Dirijo un equipo de investigación que desde algunos años atrás viene investigando las diferencias enunciativas de los noticieros televisivos nacionales de Argentina, Brasil y Chile. También, entrarían en este campo los estilos idiosincrásicos de la gestualidad según regiones, países o grupos.

4 Las expresiones entre comillas responden a traducciones de mi autoría.

5 Cuando llego a este punto recuerdo, como ya lo he hecho en otro trabajo (Grillo, M. 1999), la poca afortunada crítica que hace S. Bruynn (1972) a los autores del estudio “Small Town” por interpretar el discurso de los entrevistados desde el psicoanálisis.

6 Ver, por ejemplo, Barbero, J. M. (1987: 223, 233; 2002: 228); Bouugnoux, D. (1999: 23, 96); Mazziotti, N. ( 2006: 60); Morley, D. (1989: 10) Orozco Gómez, G. (2006:24) Verón, E. (2005:222).

7 El mapa de las mediaciones propuesto por J. M. Barbero es una interesante referencia teórica. No obstante, su elevado nivel de abstracción y la amplitud del campo empírico al que alude propicia que su utilización en la investigación empírica derive en observables que pueden llegar a ser incompatibles con la perspectiva teórico- epistemológica que lo sustenta. En otras palabras, admite una pluralidad y diversidad tanto de referencias empíricas como de los modos posibles de su articulación lógica. (2002: 228-230 )

El negro argentino: nación, raza y clase en épocas de la globalización

El problema de las relaciones que mantiene la nación con la clase y la raza como diferencias sociales y culturales que exhibe en su interior es amplio y complejo. Tradicionalmente fue estudiado por autores que siendo antropólogos y sociólogos trabajaban en las interfaces de ambas disciplinas. La raza fue el gran tema de la antropología en tanto que la clase lo ha sido primordialmente de la sociología. A partir de la década del sesenta del siglo pasado las luchas de las feministas por el reconocimiento igualitario de la mujer en la sociedad y, luego, lo que se ha llamado el giro cultural en las ciencias sociales ampliaron la gama de las diferencias a reivindicar. Se inició entonces un debate que todavía no ha cesado acerca de las vinculaciones de la clase y la raza con las demás diferencias y el papel reforzador de ambas en el potencial discriminador y excluyente del poder clasificatorio que instituye a las sociedades occidentales. En los últimos tiempos, la cuestión ha concentrado la atención de aquellas perspectivas que en el seno de todas las ciencias sociales privilegian un ángulo de análisis orientado a comprender las tensiones que genera el ideal del igualitarismo moderno sobre el cual se constituyeron los estados nacionales.

A pesar de la variedad disciplinar que muestran quienes han estudiado el tema, especialmente aquellos que lo han hecho desde mediados del siglo veinte hasta la actualidad, se preguntan sobre las distancias y los quiebres que existen en las sociedades nacionales entre el ideal igualitario que la modernidad consagró y las fuerzas históricas que lo desmienten, corroen y contradicen en los hechos. En síntesis, intentan responder a la pregunta: ¿cuáles son las cuestiones que hacen que una sociedad humana regida por normas y valores igualitarios viva en la desigualdad permanente? Clase, raza y género han ofrecido los principales ejemplos de aquellas diferencias que en las sociedades.

Texto completo en PDF: Nación y diferencia

Publicado en: Reseñas de enseñanza de la Historia (2011) Editorial
APEHUN. Bs. As. ISSN 1668-8864. Pp. 311-334.